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El oro y lo inefable

  • Carlos Reyero ofrece en Cátedra un estudio sobre la trama social que hizo posible la pintura de Mariano Fortuny (1838-1874), a quien el Prado dedicará a partir de noviembre una retrospectiva

Mariano Fortuny en un fotograbado de 1875.

Mariano Fortuny en un fotograbado de 1875.

Este libro del profesor Reyero no pretende ser un estudio al uso, vale decir, un estudio exhaustivo, prolijo, minucioso, sobre la figura de Mariano Fortuny. Tampoco busca apropiarse de una parcela menor o de un aspecto inadvertido, que hoy deba destacarse. Digamos que, haciendo honor a su título, este voluminoso ensayo busca situar al pintor en el proceso histórico, en la trama social que lo hizo posible. Esto implica, necesariamente, abordar la figura del pintor desde ámbitos ajenos al la Historia del Arte. Pero esto implica, de igual modo, utilizar la obra de Fortuny como un elemento prismático que ilumina y aclara el mundo que en ella se recoge. Por todo lo cual, y como se advierte ya en el prólogo, la intención del presente estudio no es tanto glosar la vida y el arte del pintor, suficientemente glosadas, como exponer al juicio del lector una versión solvente de aquella Europa de la segunda mitad del XIX, que se aproximaba ya al impresionismo, pero que se aproxima, sobre todo, a un nuevo modo de conceptuar el arte: el arte de masas.

Es Benjamin, pues, quien da noticia puntual de dos de los aspectos en los que aquí se abunda: por un lado, la naturaleza comercial del arte, visible ya desde el primer tercio del XIX; y de otra parte, el carácter individual del artista, sustanciado en el arquetipo del Genio, y que tiene su reflejo, su prolongación, acaso su parodia, en las figuras del crítico y el coleccionista. Otras cuestiones relacionadas con lo anterior serán, tanto el carácter laico, extrarreligioso, que se impone en el arte a partir del XVIII, así como un nuevo tipo de mecenazgo -o de falta de él-, que Sartre señalaba en su Baudelaire como característico de aquella hora. Esto quiere decir que el artista disfruta de una libertad de la que antes no gozaba (libertad temática y libertad individual, fruto de su posición, a un tiempo marginal y eminente); pero esto quiere decir, por idénticos motivos, que el arte y el artista se han transformado en un producto de consumo. Un producto exclusivo, como resulta obvio; pero un producto, susceptible de transacción, que se rige por leyes ajenas al simple criterio artístico. Esa nueva modulación del ecosistema artístico es la que Reyero expone a través de la vida y la peripecia de Fortuny (un hombre de origen humilde, cuya pintura fascinó a las clases altas de Europa y América del Norte), subrayando de paso una cesura, un fenómeno, en apariencia paradójico, que está en la raíz misma de esta nueva concepción del arte como signo de distinción y de clase. Me refiero al fenómeno de la originalidad, a la importancia del genio, y en suma, al fenómeno del original, como hecho irrepetible y exclusividad suprema. Esta fiebre de lo impar no puede desligarse de un fenómeno opuesto, que también triunfa sobre el siglo: la fabricación en masa.

Artista de origen humilde, fascinó a las clases altas de Europa y América del Norte

Más tarde, cuando llegue el cine, Benjamin diría que el arte ha prescindido de la necesidad del original, dada su infinita capacidad de reproducción mecánica; y dirá también que el disfrute artístico es ya un disfrute masivo, mancomunado, lejos ya de aquel diletantismo abismado del crítico y del connoisseur, que distinguió al XIX. Sea como fuere, es en este mundo donde lo excepcional y lo único adquieren su prestigio (y su consiguiente valor económico), donde lo pintoresco, donde lo exótico y lo distintivo, obtendrán una gloria penúltima. De igual forma, esta será la hora mayúscula de las tipologías nacionales; unas tipologías que se derivan, a un tiempo, de aquel gusto por lo singular, omnipresente desde el siglo de Kant y Burke, y de su insistente formulación científica, ya venga enunciada por el historiador o refrendada por el antropólogo. Una última expresión de este doble fenómeno será el prestigio de lo sublime, como una suerte de sucedáneo de lo trascendente. Y son todas estas categorías las que se agrupan, se cruzan y despliegan en la pintura (una pintura extraordinaria, dicho sea de paso) de Mariano Fortuny. Lo cual no quiere decir, en modo alguno, que Fortuny deba su éxito a tales temáticas; pero sí que su talento se construye con un material de época, en el que el aspecto ideológico y su fundamento industrial ofrecen como residuo, como delicada exudación, un arte donde la exclusividad es el contrapeso inevitable de lo masivo.

En esa vertiginoso hacerse y deshacerse del mundo contemporáneo, en ese pliegue donde el oro y lo inefable se confunden, es donde Reyero ha querido situar, con notable acierto, a uno de nuestros grandes maestros: don Mariano Fortuny y Marsal, hijo de Reus.

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