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El final de la lucha

  • Javier Calvo comenzó preguntándose en qué momento todo empezó a ser como es hoy, cuándo murieron las esperanzas de cambios políticos y sociales profundos, y se topó con la Transición y con el Premio Biblioteca Breve.

El jardín colgante. Javier Calvo. Seix Barral. Barcelona, 2012. 363 páginas. 19,90 euros

Más incluso que un derecho moral, es inevitable que cada generación se explique a sí misma el pasado de acuerdo con su sensibilidad, con su manera de estar en el presente. Corona de flores, una novela de crímenes ambientada en una Barcelona turbia y esotérica, inauguró hace dos años una ambiciosa trilogía con la que Javier Calvo se propuso hacer una crónica de nuestros días a partir de distintos momentos históricos. Si en esa primera entrega rastreó los orígenes de la ciudad industrial moderna envuelto en brumas de terror victoriano, en El jardín colgante, la continuación de ese proyecto, distinguida con el Premio Biblioteca Breve, el autor quiso acercarse a ese último momento en el que -según su visión del asunto, pesimista y furiosa- el mundo podía haber cambiado y no lo hizo. Y ese momento, en España, fue -claro- la Transición.

"Me interesaba acercarme a ese momento en el que el sistema no era aún todopoderoso. Además, los años 70 están vinculados a múltiples manifestaciones de violencia política; al final representaron la muerte de la contestación. Hoy las manifestaciones en este sentido están como aturdidas y además no logran ninguna contrapartida práctica. Hoy ya parece que nada se puede cambiar", explica Calvo a propósito de la convicción de la que partió para escribir la novela, y que la atraviesa de principio a fin.

Reflexión política pero desde un ángulo oblicuo y por encima de todo novela de espías a ratos abstracta y en ocasiones tocada por un exceso estrambótico, El jardín colgante narra la historia de un agente de los servicios secretos superdotado intelectualmente pero negado para desenvolverse en sociedad. Junto a un compañero no menos disfuncional aunque con problemas diferentes, recibe el encargo de infiltrarse en una organización terrorista de extrema izquierda en el año 1977. Empieza entonces un caos de sospechas y verdades corruptas e interesadas vengan de un lado u otro, todo ello agravado por la inminente caída de un meteorito que los telediarios anuncian en bucle y que tiene a la población en un estado de angustia, incertidumbre y recelo.

"No pretendo aportar una perspectiva analítica de la Transición", aclara el escritor, a quien no le interesaba el "relato épico" de esos años ni siquiera para refutarlo (explícitamente). "Simplemente fabulo a partir de ahí para enfrentar la figura del revolucionario a la del ser institucional, ver cómo el revolucionario pierde su condición de héroe romántico y se convierte en el terrorista, en un elemento extraño al sistema, en una cosa a la que hay que neutralizar. Lo que me interesaba era indagar en todo lo que se sacrificó con ese cambio. Los primeros amigos que leyeron la novela vieron en ella una sátira de la militancia de los 70, pero yo no; no tenía al menos esa intención. Lo que pasa es que todas esas reuniones en las que acababan cantando canciones después de debatir... cuando las pones en primer plano resultan ingenuas, casi fuera de la realidad", afirma Calvo, que también se propuso reflexionar a través de esta ficción sobre "el borrado selectivo de la memoria, el falseamiento consustancial al cambio político" que se produjo en aquella época. En cualquier caso, a estas alturas el autor catalán se las ha visto muchas veces con el malentendido de quien ha abierto el libro esperando encontrar una interpretación historicista y exhaustiva de la Transición. "La editorial lo ha vendido así y eso prácticamente se come el resto. Lo que hace mi novela es describir un tiempo muerto, un momento en el que no es que los malos hayan ganado, pero sí que la construcción del jardín ya ha terminado".

La novela aspira a divertir pero también a molestar. Lo mismo que el punk, presente en las páginas de una obra que toma además prestado su título de una canción de The Cure (The hanging garden). En la obra se plantea la recurrente cuestión de la capacidad del sistema para fagocitar toda forma de protesta, por lo que resulta casi obligatorio interesarse por su visión del 15-M. "La mayor parte de sus reivindicaciones me parecen completamente legítimas. Aunque ya no sé si hablar de esto en presente o en pasado. Estos fenómenos, si se agotan sin conseguir alguna contrapartida práctica, y las elecciones fueron como fueron, acaban siendo contraproducentes: demuestran que no hay posibilidad de movilización fuera del sistema. No quiero hablar mal del 15-M, pero pienso que en el fondo reforzó lo que denunciaba".

Como ocurre en los casos muy evidentes de Juan Marsé, Eduardo Mendoza o Manuel Vázquez Montalbán, también en el de Francisco Casavella, "menos canónico pero igual de importante" para Javier Calvo que los primeros tres, Barcelona es una presencia constante en sus obras: "En cierta manera a mí me interesa colocarme en esa tradición, desde la admiración pero intentando ser una pieza más en ella, no siendo epigonal, una mera repetición, que es el gran problema en estos casos. Creo que hay que buscar alternativas a lo canónico, proponer representaciones distintas de la ciudad, que vayan incluso a contrapelo. Esa tradición de cronistas de la ciudad es en mayor o menor medida satírica: siempre esa picaresca del pobre y el pijo. A mí me interesa buscar otros significados, me gusta buscar algo más atávico en Barcelona".

Antes de darse a conocer como narrador, Calvo era -y lo sigue siendo- traductor. Reescribir libros de, entre otros, David Foster Wallace, Ezra Pound, J.M. Coetzee y Chuck Palahniuk le ha servido -dice- de "escuela para escribir de forma cada vez más sencilla, para que, sin dejar de importarme el estilo, le preste más atención a la narración". En este proceso de maduración también ha contado siempre la búsqueda de una identidad propia. "Cuando me asociaron a la Generación Nocilla, por ejemplo, emprendí un movimiento voluntario de alejarme de ahí. Y escribí Mundo maravilloso: una historia de ladrones, dickensiana, lineal. Es una cuestión de supervivencia: a lo que uno aspira todo el tiempo es a ser una voz individual. Ahora es cuando realmente empiezo a sentir que lo que hago es mío y ya está".

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