SILVIA NANCLARES. Escritora

"Sobre fertilidad, el mercado está dispuesto a inventarse lo que sea"

  • La autora reivindica con humor y ternura a una mujer liberada de la necesidad de tener descendencia en la novela 'Quién quiere ser madre'.

Silvia Nanclares narra su odisea para intentar ser madre en su primera novela.

Silvia Nanclares narra su odisea para intentar ser madre en su primera novela. / José Ángel García

Por Silvia Nanclares (Madrid, 1975), los lectores pueden saber que si alguien quiere tener descendencia puede contratar semen danés -que le enviarán en tanques de nitrógeno- o adentrarse en una terminología inesperada -la hormona luteinizante o la FIV, siglas de la más familiar fecundación in vitrio-. Sobre la odisea de buscar hijos, sobre el silencio que rodea este proceso, la madrileña ha escrito un libro emocionante y lleno de humor, Quién quiere ser madre (Alfaguara), una narración que combate estereotipos y viejas herencias, pero que se aleja de las consignas y se mantiene cerca de la vida. -"Si aciertas el día que ovulas cada ciclo sin necesidad de usar la tecnología, preséntate a la NASA como ingeniera bioquímica, tendrás posibilidades con alguna vacante", escribe en un pasaje del libro la narradora. Usted se encontró con un mundo mucho más complicado del que esperaba cuando decidió ser madre.

-Uno de los primeros aprendizajes que me encontré fue la desconexión que tenemos con nuestros propios cuerpos. A pesar de toda la educación sobre la contracepción que nos han dado, realmente yo no tenía ni idea de muchos detalles, como por ejemplo qué días somos las mujeres realmente fértiles durante nuestros ciclos. Y hablando con mis amigas vi que no teníamos ni idea. Una de las primeras veces que fui al ginecólogo, éste me dijo que el endometrio era importante para el proceso de anidación del embrión, y aquello me dio una lección. Una mujer con estudios superiores, feminista... pues tuve que hacer pequeños estudios de anatomía [ríe]. Eso ya fue esclarecedor. Y luego vino una tesis doctoral sobre la vida de un óvulo, de un espermatozoide dentro de tu cuerpo... Como dice el libro, si la información es poder, ya sabemos lo que es la desinformación. Con ella perdemos capacidad de control. Cuanto menos sepamos de nuestros cuerpos menos soberanas seremos de nuestros procesos.

-En el libro relata la muerte de su padre, un episodio decisivo que dispara en usted ese debate sobre si quiere tener hijos o no.

-Diez días antes de que yo cumpliera los 40 años mi padre murió, de una manera sorprendente. Yo estaba a su lado y tuve una experiencia de la muerte muy física. Eso me enfrentó a la vulnerabilidad de los cuerpos, a esa sensación de que estamos aquí pero dentro de poco podemos habernos ido. Y esa sacudida coincidió con cumplir los 40, que es una cifra determinante para cualquier persona y más para una mujer, es como atravesar el Rubicón y entrar en una zona de descuento. Los análisis me decían que todo está bien, que no tenía ninguna patología, pero al darme los resultados me subrayaban la edad y lo que eso significaba. Para mí, esas dos vivencias tan físicas fueron muy reveladoras, muy impactantes, para una persona como yo que se pasa el día en las redes sociales, donde todo es virtual y no se puede tocar.

-La madre, otro de los personajes, le insiste en que si se decide a buscar descendencia renunciará a la vida que lleva hasta ahora. ¿Por qué la generación que hoy ronda los 40 ha tardado en apostar por la paternidad? ¿Qué pesó más, mantener esa libertad o ese hedonismo, o que con la crisis y la precariedad laboral no se daban las condiciones para procrear?

-Es complicado. Si yo me hubiese quedado embarazada antes de los 25, mis padres lo hubiesen vivido como un fracaso. A mí me educaron para estudiar, hacer un máster, viajar... y que luego encontrara una pareja y tuviera hijos si quería. Pero coincidió ese momento en que se acercaba la edad para ello con el estallido de la crisis, y yo, además, tenía una pareja no demasiado sólida por entonces, trabajos muy precarios, y así pasas de los 35 a los 39. La mía ha sido una generación que ha intentado vivir en igualdad de condiciones, pero no ha sabido muy bien dónde encajar la pieza de la maternidad. En otros países hay políticas públicas que permiten que estudies y tengas hijos, o que te vayas de un empleo y que cuando vuelvas te hayan cuidado el puesto. Aquí no es fácil.

-En el libro cuenta cómo tuvo la regla a los 11 años. "De pronto", dice, "mi vida se relacionaba con el fenómeno de la fertilidad y la capacidad reproductiva".

-Tu identidad desde que tienes la regla viene asociada a que eres mujer y te puedes quedar embarazada. El binomio madre-mujer te cala, y tú te las tienes que componer para ver qué haces con ambos elementos. Una de las ideas que quería transmitir con este libro es que el deseo de maternidad no es una cosa abstracta ni fija. Yo he albergado muchas ganas de ser madre, después al verlo de cerca con mis amigas fui perdiendo el interés, un interés que a los 39 renació con fuerza... Nos quieren etiquetar. ¿Eres madre o no madre? Pues no lo sé, oiga. Yo querría serlo si tuviese un trabajo digno, una pareja estable, porque yo no quería hacerlo sola... Y quizás no me atraiga el asunto si para ello tengo que hormonarme, endeudarme... Tu deseo es tu deseo, pero tienen que darse condiciones materiales para ello. Perdón, porque quizás me ha quedado un poco marxista [ríe].

-Es normal cuando, como describe, hay clínicas que te ofrecen ya un préstamo cerrado con una banca si aceptas el tratamiento. La impresión que tiene el lector de la novela es que todo se ha mercantilizado.

-Te metes en un submundo donde puedes llegar a estar muy perdida. Y luego el mercado está dispuesto a inventarse lo que sea. Es una industria floreciente, yo creo que detrás hay un lobby médico al que le interesa mucho que eso se desarrolle. No interesa por ejemplo ampliar la ley de reproducción asistida, que las mujeres de más de 40 puedan someterse a tratamientos, o flexbilizar las leyes de adopción o de acogida. Hay muchas maneras de ser madre, pero parece que te echan a los pies de los caballos de una industria que es muy lucrativa para mucha gente, lo que te hace sospechar. Cuando dejamos los procesos vitales en manos del mercado, algo falla.

-Otro de los daños colaterales del proceso de fertilidad es el desgaste de la pareja, obligada a tener relaciones...

-Tu vida sexual se ve alterada de repente por una idea de productividad. El sexo, que es un fin en sí mismo, se convierte en un medio, y tu libido desaparece. Todo se articula de repente alrededor de la meta de quedarte embarazada: la dieta, los hábitos. Y cuando pasa un mes y otro mes y no te quedas... eso mina mucho el ánimo. Estas situaciones se viven con mucho silencio, pero yo tomé la determinación de hablar sobre ello todo el rato. Me iba de cañas con mis compañeros, y compartía mis preocupaciones. Al principio te mostraban cara de extrañeza, pero luego siempre alguien tenía una prima que lo estaba intentando... La literatura consiste en contar lo que aún no está nombrado, y el ver tanta zona de sombra me hizo ver que ahí había petróleo. Pero quería tratar el asunto con mucho humor. Todas las poéticas que veía en torno al tema eran muy dramáticas, pero yo quería reírme, aunque llorara luego. La infertilidad es un dramón, pero mejor que Lorca no lo vas a hacer.

-Como en los tiempos de 'Yerma', aún se señala a la mujer por la infertilidad. Pero usted revela en el libro que el semen español no es precisamente de buena calidad...

-Está vago, sí. El problema es que todos los tratamientos de fertilidad pasan por el cuerpo de la mujer. La que se somete a la hormonación es ella... El problema masculino con eso es un gran tabú, como la disfunción eréctil. Yo lo he querido contar para acabar con ese señalamiento contra la mujer. Las yermas somos nosotras, pero no existe un icono para señalar al yermo, algo muy significativo.

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