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La cápsula del tiempo

  • Henry James reveló con precisión conmovedora y un halo de misterio la intimidad de las clases altas, sus secretos, sus dolencias, sus miedos, y estos cuentos tempranos vuelven a demostrarlo

El escritor estadounidense Henry James (Nueva York, 1843-Londres, 1916).

El escritor estadounidense Henry James (Nueva York, 1843-Londres, 1916).

Se recogen aquí, en meritorio empeño, los cuentos que James escribió entre 1864 y 1878; es decir, los cuentos de un Henry James absurdamente joven, pero dueño ya de una extraordinaria solvencia literaria, que no hará sino incrementar, con llamativa fidelidad a su proyecto primero, en las siguientes décadas. Es inevitable, en cualquier caso, recordar a Poe cuando leemos estos primeros cuentos; pero no tanto al Poe de las Narraciones extraordinarias, de indudable influjo en la obra y la estética de James, cuanto al Poe de la Filosofía del mobiliario, cuyo vínculo, cuyo paralelo entre el interior doméstico y el interior humano prefiguran, en buena medida, el ámbito narrativo y la relojería psicológica, así como la distinguida vocación europea del escritor americano.

En este sentido, conviene recordar que Twain y James pertenecen a la misma generación (el primero le llevaba al segundo apenas ocho años); y sin embargo, hay una genuina vocación autóctona en Twain, que en James aparece muy mediatizada por la civilidad del Viejo Contiente. Esto no quiere decir que Twain sea más moderno o menos vulnerable a las influencias; sencillamente, dicho dato señala la distinta tradición que cada cual escogió y el diferente temperamento, acaso más sombrío e impaciente en Twain, del que ambos hicieron gala. No en vano, podría decirse que la obra de James es el preludio ultramarino o el heraldo anglosajón de aquella extraña arquitectura en brumas que fue En busca del tiempo perdido. Ambas obras están separadas por pocos años; a pesar de lo cual, el modo en que se ejecutan indica ya una separación esencial que no puede ocultar el vínculo común de Ruskin (luego volveremos sobre esto). En James, y estos relatos inagurales lo señalan de modo inequívoco, opera una concepción unitaria del hombre y su memoria que en Proust ya no existe. La individualidad en Proust, y el modo fantasmal en que la memoria se reproduce y adultera, remiten inevitablemente a la obra de Freud, como la obra de James nos emplaza a la filosofía y la psicología de su hermano William, cuya influencia es fácil de percibir en una de sus nouvelles más complejas y extraordinarias: Otra vuelta de tuerca. Ahí, es el escalonado y frío razonamiento de sus protagonistas el que nos conduce a una forma abisal y equívoca de delirio. En Proust, sin embargo, es la memoria, establecida como meandro, considerado como fantasmagoría, la que lleva a su autor a reconstruir (¿a reconstruir?), una versión/visión, desdibujada pero precisa, vale decir, impresionista, del pasado.

Lo cual nos hace volver a Venecia, a la Venecia que amó James (recordemos aquí sus Horas venecianas), y a su vínculo con Ruskin y Proust. Ya sabemos de la admiración de Proust por Ruskin, que le llevaría a prologar su Biblia de Amiens. Y también sabemos que en The stones of Venice es el método indiciario de Morelli el que lleva a Ruskin a reconstruir -o al menos, a pretenderlo- el espíritu de una época a través de la forma de una sencilla piedra: un capitel, un friso, una moldura. Este mismo método es el que empleará Proust en su escritura y el que había utilizado Freud, a finales del XIX, para establecer su técnica psicoanalítica. En buena medida, esa vasta lectura de las piedras de Venecia, ese desvelamiento de su grosor cultural, es el mismo que acomete James a lo largo de su obra. Sin duda, no con el rigor, con la fidelidad al método de Morelli que sí muestran Ruskin, Freud y Proust. Pero parece obvio que en Henry James, bajo su urdimbre lógica, existe la voluntad de revelar un territorio ignoto. Dicho territorio es la intimidad de las clases altas, mucho más rica y atormentada -por motivos obvios- que el sencillo interior de las clases bajas. Y es esa pudorosa cápsula de tiempo (puesto que incluye la memoria y sus secretos, sus dolencias y sus miedos), la que James expone a nuestra vista, con una conmovedora precisión en la que siempre existe una vía hacia lo ignoto. En James, pues, siempre hay un lugar para el albedrío humano que el autor se niega, caballerosamente, a traspasar. En esa breve celda reside el misterio de James. Un misterio, por otra parte, que trasciende a sus protagonistas y en cierto modo los modula, los tiraniza y los conforma.

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