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Memorial de un siglo

Trotsky, en su Historia de la Revolución rusa, expone sucintamente una de las tesis que Faraldo desarrolla en las presentes páginas. "La revolución -escribe Trotsky en 1929, desde su exilio turco de Prinkipo-, haciendo caso omiso de los obstáculos que le oponía la llamada democracia, seguía avanzando". He ahí la brecha ideológica que se abre entre la Rusia de Kerenski y la Rusia asamblearia de los soviets. Para los bolcheviques, la democracia burguesa de febrero del 1917 no era una verdadera democracia. Y en consecuencia, Lenin y Trotsky, cada uno llegado desde sus respectivos exilios, se dispondrán a su demolición en el breve lapso que va desde la abdicación de Nicolás II a la toma del Palacio de Invierno. La consecuencia, de sobras conocida, será una pavorosa guerra civil, seguida de una larga dictadura, que extendería su sombra sobre gran parte del XX.

Por otra parte, José M. Faraldo hace una precisión, en absoluto secundaria: la revolución, en sentido estricto, es aquella que trajo un principio de democracia burguesa, gracias a la desobediencia de la Duma y a la conjuración de muy diversas fuerzas sociales, que se precipitan en febrero del 17. Lo otro, lo que luego se conoció como la Revolución de Octubre, no fue sino un golpe de Estado contra esa democracia en agraz, que apenas pudo sostenerse ante el empuje de los bolcheviques. Una segunda acotación, de similar relevancia, llevará a Faraldo a corregir la visión de una Rusia medieval, sumida en un retraso atávico, liberada y modernizada por los soviets. La intención de estas páginas es, pues, doble: despojar a la Historia de una gruesa capa propagandísitca, y dar explicación a un fenómeno, que si derivó en una monstruosa dictadura militar, también fascinó a millones de hombres en todas las geografías del globo. Cojugar esta doble faceta, utópica/distópica de la URSS, y señalar la conmoción que supuso aquel Brave New World, es otra de las tareas que se ha impuesto el autor de esta breve introducción a los desastres del XX.

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