Nadie sabe qué fuerza cósmica empujó a Antonio Romero a presentarse de alcalde de Puerto Real y tampoco es fácil averiguar qué impulso le llevó a decidir que no se presentará en 2019. Dice estar "quemado" porque el sacrificio es tan grande que no le compensa personalmente. Y tal vez las palabras de su antecesor en el cargo, José Antonio Barroso, hayan precipitado su anuncio: "Perdí, fui al paro y caí en la depresión. No estaba preparado". Quién sabe, porque Romero no es un político al uso. Más dogmático que el resto de sus colegas, en dos años le ha pasado casi de todo.

Apenas aterrizó en la Alcaldía ya vio cómo uno de sus suyos le traicionaba al convertirse en un tránsfuga. Más dura fue la dimisión de su compañera Mónica González por su implicación en el caso Eurowork, del que fue absuelta. En ese momento, Romero asumió una Hacienda municipal llena de telarañas. Las dimisiones de otros concejales como Antonio Navarro y del teniente de alcalde de Urbanismo, Iván Canca, se sumaron posteriormente. Y en paralelo, la relación con IU y el PSOE, que le ofrecieron apoyos puntuales, se deterioró con el tiempo, lo que le impide sacar adelante cualquier gestión por insulsa que ésta sea. Entretanto, los andalucistas, que no asimilan que le arrebataran el poder de golpe y porrazo, le han llevado a los tribunales por varias causas sin sustancia. Nada nuevo, por desgracia.

El panorama que tiene por delante Romero es semejante al de muchos de sus colegas que agarraron el bastón de mando por medio de alianzas, pese a perder las elecciones. Nadie dijo que sería fácil, ni gratis. La mitad de los pueblos de Cádiz, de hecho, están gobernados en minoría. El Puerto, Jerez y Cádiz son el paradigma del gran disparate en la gestión porque la oposición, que sólo piensa en la revancha, se empeña en gobernar en lugar de controlar al gobierno y presentar alternativas. Bajo este escenario, los alcaldes persiguen la estrella perdida, que diría Carlos Cano, ese brillo que se esfumó con la crisis en tantos pueblos hoy carentes de un relato ilusionante para cambiar su realidad.

Todos anhelan un tiempo que no volverá y quizá su error sea no mirar hacia delante. Sólo los políticos con talento, templanza y capacidad de liderazgo saldrán hoy victoriosos. Al fin y al cabo, nadie les obligó a presentarse y ninguno de ellos obtuvo los votos necesarios para gobernar a sus anchas. El propio Romero, que tantas veces criticó las mayorías absolutas, ahora daría lo que fuera por tener las manos libres para decidir a su antojo -al menos por 24 horas- las cuestiones básicas para el normal funcionamiento de su Consistorio. Si compartiera su estado de ánimo con sus colegas de El Puerto, Arcos, Cádiz o Jerez comprobaría que no está solo. Sin un euro para impulsar proyectos sólidos, perseguido por las deudas, atado de pies y manos por la oposición y con un sueldo de apenas 1.400 euros -inferior, porque así lo acordó con los suyos, al de cualquier conserje de su propio Ayuntamiento- hay que estar hecho de una pasta especial para representar a tus vecinos. No parece el caso de Antonio Romero, al que los próximos dos años le pueden parecer dos siglos. Sus colegas, entretanto, aún persiguen su estrella.

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