Campo de Gibraltar

"Estar en esa prisión te quita la dignidad"

  • Ben Kader Coulibaly pasó dos semanas en el CIE de Tarifa

  • Critica la imposibilidad de comunicarse en su idioma, la falta de ropa suficiente y la masificación de las habitaciones

Ben Kader Coubaly en la puerta de la sede de Algeciras Acoge.

Ben Kader Coubaly en la puerta de la sede de Algeciras Acoge. / jorge del águila

Imagine por un momento que tiene miedo al agua y que, pese a ello, se ve obligado a cruzar en una embarcación casi de juguete el Estrecho de Gibraltar. Al otro lado de esa amenazante lámina de agua, usted espera llegar a un centro de acogida (en el imaginario del migrante, un espacio de ayuda, el primer escalón al paraíso europeo); en su lugar, es detenido, llevado ante un juez y depositado en un centro de internamiento de extranjeros (CIE). Sin saber exactamente qué es ese sitio ni cuál es su futuro en él y sin nadie que hable su idioma alrededor.

"Soy un hombre fuerte, pero lloré muchas veces". La historia es real, es la de Ben Kader Coulibaly, 21 años que parecen más, nacido en Costa de Marfil y una de las muchas personas que han llegado en los últimos años hasta la costa de Tarifa en busca de un futuro mejor. La cuenta a saltos, primero de forma muy resumida, desgranando después a lo largo de la charla recuerdos que le han quedado grabados a fuego. Como la total indefensión cuando al llegar se encontró en el CIE. "Era la primera vez en mi vida que estaba en una cárcel", asegura. Durante toda la conversación se refiere al espacio de la Isla de las Palomas como prisión, una percepción que choca con el teórico carácter no penitenciario de estos centros. Es muy difícil convencer a alguien de que no está en la cárcel cuando carece de libertad de movimientos y desespera durante toda la jornada encerrado en unas habitaciones "en las que no puedes hacer nada, solo sales un par de veces al día". La televisión queda restringida a la hora de las comidas. Y sin móvil ni pertenencias, tampoco se siente el alivio de la comunicación con los familiares. Coulibaly no pudo hablar con sus padres hasta que no salió del centro. "Cuando llegué de cruzar el mar, después de lo que había pasado, no recordaba el número de teléfono de mis padres y no tenía la agenda. Estuve más de dos semanas sin hablar con ellos, no sabían que estaba vivo".

Ben se siente afortunado porque solo pasó dos semanas en el centro de Tarifa, de nuevo de actualidad como el resto de CIE por la denuncia de las condiciones en las que residen los internos. Corrobora las críticas vertidas por ONG, el SUP y en último caso por la juez de control sobre el centro. "Desde el primer día que entras en España estás con la misma ropa, no te dan una muda", asegura. En cuanto a la masificación, puede dar fe de ella: "Hay una habitación muy grande, puede haber en ella hasta 40 personas (la juez habla en su auto de 24 plazas) y duchas comunes". La higiene se resiente, apunta, en un espacio lleno de personas con un solo baño. Pero pese a esa precariedad de medios repetidamente denunciada (el centro carece incluso de calefacción), el costamarfileño considera que lo peor del CIE no es el frío, ni el hacinamiento, sino la falta de comunicación. Pasar horas y días sin poder preguntar en el idioma propio, sin entender las indicaciones que los policías dan en español o comunicarle al médico de forma precisa un problema de salud. El idioma se convierte en una barrera aún mayor que las rejas que la juez quiere eliminar. La incomunicación genera estrés y miedo en unos internos que se enfrentan también en ocasiones a la falta de conocimientos para defenderse, "muchos no saben ni leer ni escribir".

La presión psicológica se vuelve el peor enemigo de los migrantes recluidos, que carecen de asistencia en este sentido, alertan ONG, defensores e informes varios. En Tarifa son los hombres que llegan en pateras después de la difícil travesía del Estrecho, en la mayoría de los casos tras recorrer medio continente. Así fue en el de Ben, que salió de Costa de Marfil para cruzar Burkina Faso, Níger, el desierto de Argelia y Marruecos: "Encontraba bolsas abandonadas cuando crucé el desierto, seguro que sus dueños habían muerto ahí". El viaje sería suficiente para causar un shock a cualquiera, por lo que la situación de internamiento en esas condiciones no hace más que avivar la llama. "Estar ahí sentado sin hacer nada te vuelve loco", asegura Coulibaly. "Estar en esa prisión te quita la dignidad, es como si no valieras nada". En prisión por una infracción administrativa, añade después.

Por eso, cuando se le pregunta qué podría mejorarse en el tratamiento a los extranjeros en su situación no lo duda: en primer lugar, facilitarles la comunicación en su idioma, "debemos poder hablar con la policía, los abogados y el médico". Aunque pese a las dificultades idiomáticas asegura haber recibido un buen trato de todos ellos. Y dado el total desconocimiento de la legislación española, considera que "alguien podría ir a enseñar lo básico, los derechos que tienes". Más tiempo para la atención sanitaria y la mejora de los servicios, proporcionando más intimidad, son otras de sus peticiones. También cree que la realización de actividades ayudaría a pasar un tiempo que se hace eterno.

Después del paso de Coulibaly por el CIE se puso en marcha un convenio con Cruz Roja que incluye servicio de interpretación de lenguas, facilitar contacto entre los internos y sus familiares en territorio nacional y en los países de origen, la orientación y tramitación de documentos y la realización de actividades dentro del centro para que participen los internos, especialmente actividades de carácter lúdico, así como clases de castellano.

Precisamente, Ben desgrana sus propuestas en la sede de Algeciras Acoge poco después de recibir una clase de español, que ya habla con bastante soltura. Futbolista en su país, aspira a curarse una lesión de menisco para intentar una carrera aquí, asegura. Mientras tanto, estudia: acaba de terminar un curso de hostelería y va a empezar un curso de informática, "gracias a la Junta de Andalucía" remarca. Quiere integrarse en España porque, después de dos semanas de experiencia nefasta, descubrió que "el modo de vida de la gente aquí me encanta". Por eso, su objetivo es formarse y encontrar un trabajo con el tiempo "para ayudar a mi familia". Su plan inicial era viajar hasta Francia, pero eso era cuando veía a Europa como "una tierra de esperanza, un sueño". Tras constatar que la realidad es muy distinta ("la vida es dura aquí") asegura que de haberla conocido, no habría emprendido el viaje. "Si pudiera hablar con los que están en mi país les diría que no vinieran. Cuando sales de tu país te conviertes en una persona sin valor y la gente te puede tratar como quiera". Por eso, su deseo es "un cambio político en África para que los jóvenes puedan quedarse". A él, la guerra le empujó fuera de Costa de Marfil.

Nos despedimos de Ben Kader Coulibaly deseándole suerte. Se gira y sonríe: "Soy una persona con suerte".

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