Cofrades para la historia

Enorme pastor y cofrade ejemplar

  • Eugenio Hernández Bastos (1903-1999). Llegó a Sevilla reclamado por el cardenal Segura. Canónigo por oposición, Amigo Vallejo lo nombró arcediano en 1983. Cofrade ejemplar en el año 1982

Eugenio Hernández Bastos

Eugenio Hernández Bastos

Generoso, severo aunque bondadoso, cuando en la víspera de la Virgen de los Reyes de 1999 expiraba en una habitación de la Cruz Roja de Triana, Sevilla en general y las cofradías en particular se quedaban sin un bastión de gran solidez. Cofrade ejemplar desde 1982, la impronta de este extremeño empezó a grabarse de forma indeleble desde que llegó a Sevilla, justo en el año de 1941, a la voz del cardenal Segura para desempeñar el vicerrectorado del Seminario de San Telmo.

Nació don Eugenio Hernández Bastos en la localidad cacereña de Hervás el 30 de diciembre de 1903 y se ordenó sacerdote el 25 de julio de 1929. Dentro del contexto de esta entrega periodística, nos atañe la parte de su vida que se desarrolló en Sevilla y que comenzaría en una modesta casa de la calle Pozo, en el corazón de la Macarena, junto a la iglesia de San Gil. Ése fue su primer domicilio sevillano y desde entonces iba a mostrarse muy interesado por la vida de las cofradías, algo que no todos los curas han llevado a cabo a lo largo de la vida.

A los cinco años de su estancia ganó por oposición plaza como canónigo de la Santa Iglesia Catedral Metropolitana de Sevilla. De la Vicerrectoría de San Telmo pasa a ocupar el Rectorado del Seminario Menor de Sanlúcar la Mayor, ejerce como catedrático de Religión en la Escuela de Comercio y entre sus aficiones destacará sobremanera la de zahorí. Tenía una especial sensibilidad para descubrir agua en el subsuelo y lo hacía provisto de un instrumental que nunca era sofisticado, pues en cierta ocasión descubrió una corriente de agua bajo la iglesia de Santiago valiéndose únicamente de una fina cuerda con un metálico clip en la punta.

Las cofradías le sorbían el seso y frecuentaba tertulias sobre ellas. Y en una de tantas fue fraguando la fundación de una nueva institución para enriquecimiento de nuestra Semana Santa. Se reunían en un bar de la calle Hernando Colón, alrededor de don Eugenio, cofrades como Luis Morales Lupiáñez, Diego Sánchez Sánchez, Rafael Jiménez Cubero, Juan José Marín Vizcaíno, Rafael Retamero o Cosme García Alexandre, personaje que sería el primer hermano mayor de dicha hermandad.

La hermandad era la de Nuestro Padre Jesús de la Redención en el beso de Judas y María Santísima del Rocío y corría el año de 1955 cuando se hizo realidad el sueño de esos tertulianos. Su primera sede fue la iglesia de Santa María la Blanca, pero lo inmediato era buscarle sitio en la carrera oficial y aunque aquellos ilusionados cofrades pretendían incluirla en la Madrugada, pronto se dieron cuenta de que estaban tocando un terreno vedado. Algunos de aquellos pioneros sí tuvieron el placer de vestir la flamante túnica en la Madrugada. En 1956, una representación de la neófita hermandad formada por seis nazarenos con don Eugenio portando vara hizo estación con los Gitanos en la Catedral. Pero la primera estación de penitencia se hizo esperar, pues hasta el Lunes Santo de 1959 no se haría realidad, saliendo el misterio de la iglesia de la Misericordia.

La historia de la cofradía va indeleblemente unida a la existencia de don Eugenio Hernández Bastos que, a la sazón, vivía en el desaparecido Colegio de San Miguel junto a su madre, doña Martina, su hermana María y su tío Aniceto, canónigo de la catedral de Plasencia. Cuando dicho colegio fue derribado para convertirse en la actual Plaza del Cabildo, don Eugenio pasó a vivir en un piso de la calle Asunción.

Animoso y emprendedor, cuando la hermandad recibió el olivo que iría en el misterio reaccionó de inmediato. Era un olivo hermosísimo, tanto que don Eugenio vio que le quitaba protagonismo al Cristo. "¡El Cristo no se ve, el Cristo no se ve!" clamaba el consternado cura. Raudo y veloz se hizo de un serrucho y le practicó una poda espectacular. Ya se veía el Cristo de la Redención en todo su apogeo, tal como salió del taller que Antonio Castillo Lastrucci tenía en la calle San Vicente.

Presidió la gestora de la hermandad y también otras, como las de la Paz, San Gonzalo, Santa Cruz y la de Nuestra Señora de las Nieves, cargo que ocupaba cuando falleció. Además fue hermano mayor de la Redención, cargo otorgado a perpetuidad de forma honorífica, Medalla de Oro de la hermandad y Cofrade ejemplar en 1982 por designación del Consejo de Cofradías. A todo esto, al año de acceder Fray Carlos Amigo a la sede sevillana designó a don Eugenio canónigo con dignidad de arcediano.

Curiosamente, entre sus galardones hay que dejar constancia de que la Asociación Nacional de Taxistas le concedió el Volante de Oro. Es el máximo galardón que otorga dicho gremio y nuestro hombre lo comentaba así de jocosamente: "No tengo automóvil ni permiso de conducir, pero ya tengo el volante".

Organizó un Belén viviente prodigioso en la iglesia de Santiago el Mayor. Por las obras de la iglesia hubo de buscarle emplazamiento y fue en el amplio local de las Bodegas Peinado en la calle Chicarreros. En la iglesia de Santiago el Mayor existe un azulejo develado en el cincuentenario de la hermandad y que le recuerda para siempre porque sin él raramente hubiese prosperado la ilusión de aquellos tertulianos de la calle Hernando Colón.

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