Crítica de Cine cine

Lisístrata en la sinagoga

Una escena de la película.

Una escena de la película.

Para una lectura superficial de esta inteligente y amable película basta decir que trata de la rebelión de las mujeres en un ámbito religioso -en este caso el judío- que en vez de evolucionar retrocede a causa del auge de los jóvenes neo-ortodoxos que en muchos casos son más conservadores que los ancianos. Una especie de Lisístrata en la sinagoga, por así decir. Durante un servicio religioso se desploma el balcón de las mujeres y el rabino queda en estado de shock porque su mujer resulta gravemente herida. A la comunidad sin rabino llega un joven rabino sin sinagoga, de mirada brillante y oratoria arrebatada, que impone a las mujeres condiciones de segregación más duras que las de su antecesor. Y, lo que es casi peor, despierta en los maridos al machista dormido que llevaban dentro, provocando la rebelión de las mujeres.

Para una lectura más atenta o profunda habría que añadir que no sólo se trata de un choque entre una forma más liberal y otra más rigurosa de entender los usos y costumbres del judaísmo -lo que sería extensible a otras religiones-, sino de una cuestión intrajudía más interesante desde un punto de vista cultural: las diferencias que separan a los judíos askenazíes y sefardíes, procedentes de la Europa central los primeros y de la Península Ibérica los segundos (también están los mizrajíes, originarios del Medio Oriente y el norte de África, pero en Israel se suelen asimilar a los sefardíes porque muchos judíos españoles se establecieron en el norte de África y Turquía). Los askenazíes suelen ser más rigurosos y los sefardíes más tolerantes. Las mujeres rebeldes no pretenden abolir la tradición de la mejitzà, separación entre hombres y mujeres en la sinagoga, sino recuperar el espacio separado que tenían antes de la llegada del joven neo o ultraortodoxo, porque pertenecen a la tradición sefardita. Por ello, lejos de ser una crítica global a la religión, lo es a sus planteamientos más radicales. La cuestión es tan actual en Israel que ha sido la película más taquillera de la temporada.

Magníficamente interpretada, inteligente, sin sacrificar el humor y la amabilidad a la crítica, divertida y en algún momento emocionante, El balcón de las mujeres, escrita por una mujer, Shlomit Nehama, y ópera prima del realizador Emil Ben-Shimon, forma un díptico perfecto con la magnífica Llenar el vacío, que escribió y dirigió otra mujer, Rama Burshtein, desde el punto de vista opuesto: para deshacer los tópicos negativos sobre el papel de la mujer en el judaísmo ortodoxo. La visión de ambas permite una opinión equilibrada sobre la cuestión y, sobre todo, no cometer el error de confundir la ortodoxia judía con otros fundamentalismos religiosos más virulentos y letales.

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