Crítica de Cine

Hijos de la patria ausente

Luis Tosar, en una escena de '1898. Los últimos de Filipinas'.

Luis Tosar, en una escena de '1898. Los últimos de Filipinas'.

Contra todo pronóstico, 1898. Los últimos de Filipinas no es una película de acción y paisaje, sino una película de encierro, drama moral antibelicista de personajes y palabra, sorpresa grata de una producción en la que, a priori, sólo creíamos ver una nueva muestra de exhibición de músculo patrio para acometer grandes empresas épicas o exhibir alardes de puesta en escena de imitación con mucho drone.

El único que lee la película en esa clave algo pasada de intensidad es Roque Baños, al que le toca la empresa de poner a posteriori todo aquello (la elegía, el énfasis) que, seguramente, no se puso en el rodaje o el montaje.

Y es que, como decíamos, aquel recordado episodio histórico del ocaso colonial español, ya llevado al cine anteriormente (Los últimos de Filipinas, 1945, Antonio Román), adopta ahora no sólo un formato de cámara y una rebaja de escala insospechados, sino que, además, consigue hacer creíble un clima de derrota y desencanto que no alienta, más bien todo lo contrario, un discurso patriótico barato en estos tiempos de resurgimiento de la cuestión nacionalista y la marca España.

Los productores han sido astutos integrando en el reparto a dos tipos y generaciones de actores que sostienen el peso de la dialéctica interna del encierro suicida. Si por un lado Tosar, Fernández, Gutiérrez (pelín pasado de rosca), Elejalde e Hipólito ponen la sobria carne dramática a los mandos y representantes de la nación ausente en la selva filipina, por el otro los jóvenes Cervantes, Criado o Herrán portan el gesto de obediencia rebelde y actúan como contrapuntos de sensatez de la España derrotada y triplemente humillada por filipinos, estadounidenses y políticos en la distancia.

El debutante Salvador Calvo se hace fuerte en el espacio de la iglesia, fortín simbólico de camaradería, tiempo, sumisión, enfermedad y muerte. Cuando sale fuera se le nota demasiado la deuda con referentes (Apocalypse Now, nada menos) que le vienen algo grandes. Con todo, su labor de control de una película que transcurre prácticamente en el interior de un único espacio, y que debe buena parte de su efectividad al trabajo interpretativo, es realmente destacable.

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