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De Ronda con Murillo

  • En la Plaza del Museo. Con gran éxito de público, ayer terminó en el Museo de Bellas Artes de la capital andaluza la exposición de Murillo y los capuchinos de Sevilla

Exterior del Museo de Bellas Artes ayer por la mañana.

Exterior del Museo de Bellas Artes ayer por la mañana. / belén vargas

Fervor por Murillo. Los llenos han sido diarios. Los lunes cierra el Museo de Bellas Artes y ayer concluyó la exposición Murillo y los capuchinos de Sevilla. Un recorrido por las obras que le encargaron al pintor sevillano en 1665 para el convento de Capuchinos de Sevilla fundado en 1627. El año que mueren Luis de Góngora, muerte cuya conmemoración tres siglos después dio forma a la generación del 27, y Juan de Mesa, algunas de cuyas obras se han podido ver esta Semana Santa por las calles de Sevilla. Ese convento se construyó en una capilla extramuros dedicada a las santas Justa y Rufina donde éstas, según la tradición, habían sufrido martirio.

De los Capuchinos a la plaza del Museo. Del Lunes Santo, día que salió la hermandad ubicada en el antiguo convento mercedario, hasta el Domingo de Resurrección. La Ronda de Murillo, cuya estatua preside la plaza que ayer, como todos los domingos, se llenó de pintores domingueros que pintan casi todos los días de la semana. En el año de Murillo, la visita a su obra para los Capuchinos es un viaje a la esencia del pintor sevillano. A su acierto para humanizar lo divino y divinizar lo humano. Rompe las fronteras en ese terreno, como se ve en la cercanía de las dos adolescentes trianeras que encarnan a las santas Justa y Rufina, que pintadas por Goya aparecen también en la Catedral de Sevilla.

Un cuadro sobrevivió a la invasión napoleónica, las guerras carlistas y la Gloriosa

El cuadro El jubileo de la Porciúncula presidía el retablo mayor del convento de los Capuchinos. De dimensiones espectaculares, llegó hasta un particular de Colonia y un museo de la ciudad alemana se lo ha dejado en préstamo al Museo de Bellas Artes hasta 2026. El equivalente a tres Mundiales de Fútbol, más o menos. Un cuadro que está vivo de milagro ya que sobrevivió a diferentes vicisitudes históricas: la invasión napoleónica, la desamortización de Mendizábal, las guerras carlistas o la llamada Revolución Gloriosa de 1868. Un total de 19 cuadros de un pintor cuya obra fue objeto de un expolio mayúsculo en el siglo XIX. La ciudad respira Murillo por todos sitios: en la Catedral; en el Hospital de la Caridad; en el Espacio Santa Clara, junto a la residencia de sacerdotes donde estuvo el cine Ideal de verano; en las conversaciones con Enrique Valdivieso; en la modernidad del Murillo Fotógrafo realizada por José Antonio de Lamadrid y Laura León en la Fundación Cajasol; en la novela de Eva Díaz Pérez; en las cajas de dulces de membrillo; en el grafiti de la barriada Murillo, en el Polígono Sur; en el autorretrato del pintor repartido por paradas de autobús de media ciudad.

En el Museo de Bellas Artes Murillo hace dialogar a santos de diferentes épocas: San Leandro (el obispo visigodo que está en el escudo del Sevilla) y San Buenaventura; muestra a San Francisco de Asís, fundador de los franciscanos, renunciando a los bienes materiales; a Santo Tomás de Villanueva, en el que Murillo consideraba "su" cuadro, dando limosna a los pobres, con niños que parecen salir de Ladrón de bicicletas de Vittorio de Sica. Hay dos Inmaculadas, una casi niña, otra más adulta con los pies sobre el dragón. Y la Virgen de la Servilleta. El tercer centenario del nacimiento de Murillo coincidió con el final de la Primera Guerra Mundial. Un siglo después, todo es mundial, todo cada vez más pequeño y Murillo más grande. Colosal como la Inmaculada que está fuera de la muestra de los Capuchinos, entre zurbaranes. Su modernidad se refleja en dos de los cuadros, San Juan Bautista y San José, contrapunto del murillo de cartón-piedra y meapilas.

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