Luz y taquígrafos

Miguel A. Díaz

Marcelino, Alberto...la lucha continúa

EN referencia a la evolución del ser humano, de los tiempos y la historia, Marcelino Camacho siempre dijo que justo cuando aprendió las respuestas de la vida, le cambiaron las preguntas. Sí amigo lector, este viejo luchador ha sido siempre un ejemplo de generosidad y apertura de mente, porque buscaba la reconciliación de este país a pesar de haber sufrido en sus carnes la represión en campos de trabajos forzados, nueve años de cárcel en Carabanchel o el Proceso 1001 por ser dirigente de las Comisiones Obreras. Cuando empezaba la lucha sindical, mi maestro del alma, Paco Acevedo, me regalaba el libro Charlas en la prisión, donde Marcelino desgranaba su compromiso con los trabajadores y sus sueños utópicos por una sociedad sin oprimidos.

Al poco tiempo le conocí y me cautivó que este metalúrgico de la Perking, luchador incansable, pudiera hablar con tanta dulzura y de manera didáctica sobre la lucha de clases, definiéndola como la necesaria evolución de la historia a favor de los más desfavorecidos.

Como decía, me cambiaron las preguntas, cuando hace unos días otro compañero y amigo, Alberto Moya, subía a las dependencias de la 408 Comandancia de Algeciras, para comparecer por un expediente abierto por defender el sindicalismo, la democracia y la desmilitarización del instituto armado. Y esto ocurre por el hecho de plantear la dignificación de las condiciones profesionales y laborales de este colectivo, por ejercer el derecho a manifestarse en legítima defensa contra las injustas decisiones que emanan de la cúpula de la benemérita y del gobierno de turno.

Parece increíble lo que están padeciendo Alberto, su familia, sus compañeros y amigos por poner lo mejor de ellos al servicio de los demás. Y es que me recuerda a aquellos sindicalistas de la transición, que luchaban, en el peor de los escenarios, por las libertades y la mejora de las condiciones de vida y de trabajo. Me da pena e indigna que se quieran aplicar añejos y obsoletos códigos militares a personas, por el mero hecho de ejercer su compromiso sindical de defender los derechos de miles de guardias civiles. Porque no entiendo tanta dureza contra los que se la juegan desactivando bombas, peleando contra el terrorismo, las mafias de las drogas o salvando vidas en los accidentes de tráfico o en acciones humanitarias; ellos y ellas exigen menos palmaditas en la espalda y más justicia social.

Marcelino siempre afirma que nadie nunca nos regaló nada, por ello y tal como lo hizo, en su día, en defensa del sindicalismo en la policía encabezado por el SUP, hubiera gozado de haber tenido el honor de poder acompañar en estos momentos a Alberto y a los compañeros de la AUGC.

Hoy como ayer, la lucha continúa y Alberto ha cogido el testigo de personas que lo antepusieron todo para que sigamos conquistando espacios de justicia y libertad, personas como Marcelino Camacho que en estos tiempos de corrupción, nepotismo y adoración del dinero, son un referente ético de cómo se debe afrontar la vida desde la sencillez y el compromiso. Como diría el buen y apreciado poeta tarifeño José Araujo, Marcelino y Alberto tienen las propiedades del acero: los podrán romper, pero doblarlos nunca… nunca.

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