Luz y taquígrafos

Miguel A. Díaz

Vivir o morir en la mina

DECÍA Ernesto Che Guevara, en un poema sobre los mineros..."Salen de una caverna, colgada en la montaña". Sí, así definía, con años de antelación, lo que ha ocurrido en las últimas horas en la mina San José, enclavada en el desierto de Atacama, en la siempre luchadora y trabajadora República de Chile.

Es un momento incuestionable e irrepetible de felicidad colectiva, más de mil millones de personas siguieron segundo a segundo los abrazos de los mineros y sus familias; era un milagro que la tierra nos devolviera a los nuestros.

Sí, amigo lector, estos treinta y tres mineros son el testimonio vivo de un oficio milenario, que se aferra en buscar, bajo nuestros pies, a cientos de metros, nuevos yacimientos de cinc, pirita, carbón, cobre, hierro y minerales que nos ayuden a vivir a los que quedamos arriba, a ras de tierra.

Estos trabajadores no tienen miedo o no lo aparentan; cuando bajan entibando túneles, su única arma es una lámpara minera, empujando vagonetas cargadas de sacrificios en ese hormiguero de interminables galerías; los barreneros peleando metro a metro, buscando la veta deseada con sus fuertes brazos y la boca seca, con sus cada vez más delicados y frágiles pulmones.

Mientras excavan y arrancan con martillos o dinamita los minerales de la esperanza, arriba, como siempre arriba de los trabajadores, algún poderoso ruin y sin escrúpulos sigue haciendo caja sobre los inagotables filones de su riqueza.

Esta historia tiene un final feliz, pero no siempre ha sido ni será así; cada año varios miles de mineros, digo bien miles, entre ellos muchos niños, son tragados por la tierra, unas veces por inundaciones, otras por explosiones de gas, derrumbes y casi siempre por condiciones de trabajo precarias en las explotaciones mineras, donde nunca mejor dicho, explotan personajes sin alma a sus trabajadores.

La mina San José tenía que haberse cerrado o reformado hace años, pero la actitud insensible de los propietarios y la inacción o la complicidad de los gobernantes la mantuvieron abierta a pesar de todo.

Mientras, en nuestro país, miles de trabajadores siguen peleando en las cuencas mineras para que el interés espurio de las multinacionales, o para que los burócratas de Bruselas, no les impidan bajar en el montacargas de su sustento, huyendo del interminable y también oscuro túnel del desempleo.

Cantaba Víctor Manuel… "El abuelo fue picador, allá en la mina y arrancando negro carbón, quemó su vida". La minería es parte de nuestra cultura, de nosotros, pero también su sufrimiento.

Por todo ello, ahora que se apagan los focos, ahora que se marchan las televisiones, los técnicos de la Nasa y la nutrida representación política, es momento de recordar las palabras del último minero en salir de San José, que gritaba a cielo abierto una desconsoladora frase: "Que no se vuelva a repetir". Porque al peor pozo que no quieren volver a bajar los mineros y sus familias es al pozo de la indiferencia, la precariedad y el olvido.

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