Luz y taquígrafos

Miguel A. Díaz

La causa abierta de Garzón

SI de algo es culpable el magistrado Baltasar Garzón, es de haber pecado de inocencia y confiar en que desde la política él podría hacer más cosas y mejor.

Y es que, como decía y dice un andaluz eterno y universal, Carlos Cano, "política, no seas esaboría y arrímate un poquito al querer".

Esto que hoy digo en público, tuve la oportunidad de decírselo en persona, con motivo de la campaña electoral en la que él era el conejito estrella que salía de la chistera.

Y es que, cuando un juez deja la coraza protectora que le dan la toga y los tribunales de justicia, éste se vuelve vulnerable hasta el punto de que cualquiera se atreva a cuestionárselo todo.

En el caso de Garzón, éste pudo ser su talón de Aquiles y por ello fue marcado por el conservadurismo de este país, pero sobre todo por la extrema derecha, que no descansa en esta ni en otras cuestiones.

Y si no, que se lo pregunten al Defensor del Pueblo Andaluz, nuestro amigo José Chamizo, que está probando en sus carnes la sinrazón de quien no le perdona que sea un hombre cercano a los marginados y a la causa del progreso de la sociedad.

A Garzón se le tenía permitido que fuera uno de los jueces que más etarras metiera entre rejas, o que los traficantes de armas, trata de blancas o narcotraficantes lo tengan entre sus objetivos amenazadores. También era de recibo que persiguiera a las mafias rusas o calabresas, o a las células durmientes o despiertas del terrorismo internacional.

Pero el magistrado no midió las consecuencias cuando empezó a destapar casos de corrupción política de uno y otro signo, o emprendió una lucha sin cuartel contra los sanguinarios dictadores de América Latina, cuyo mayor exponente fue el procesamiento y el arresto domiciliario londinense del criminal Augusto Pinochet.

Aunque, amigo lector, lo que algunos ya no podían permitir es que quisiera investigar los crímenes execrables del franquismo, o el que los hijos y nietos de los fusilados y desaparecidos quieran dar un entierro digno a los que murieron por culpa del golpe de estado del 36.

O saber cuál fue el paradero de los niños perdidos de la guerra y de la represión franquista (en torno a 30.000) que fueron arrancados de los brazos de sus madres sin que se sepa a ciencia cierta su paradero.

Es verdad que Baltasar Garzón tiene abierta una causa, pero es una causa buena. Es la de los que creemos en la justicia social, de la que depende que una parte muy importante de los ciudadanos de este país y de la comunidad internacional, sigamos confiando en la diosa Justicia y en el estado de derecho.

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