Ala ministra de Ciencia e Innovación, Cristina Garmendia (que levante la mano quien sepa que la ministra de Ciencia e Innovación se llama así), le achacan que está desaparecida, que nadie conoce su labor, si la hubiere, y que no ejerce liderazgo alguno en las materias que le competen. Se cuenta que los rectores de Universidad le pedían respaldo ante el movimiento contra el proceso de Bolonia y ella les contestaba: "Menudo lío. Que tengáis buena suerte...".

Para ser un buen ministro hace falta algo más que buena suerte. Es algo muy serio, que necesita preparación, solvencia, dedicación, unas cuantas ideas sólidas... y trayectoria. Nadie debería llegar a un ministerio y, por tanto, a manejar presupuestos millonarios, sin haber demostrado capacidad de gestión en áreas de menor nivel, y aun así, por una mera aplicación del principio de Peter, no está claro que un magnífico alcalde sea después un ministro pasable o un diputado de oratoria brillante rompa en mediano responsable de un departamento en la cúpula del Estado.

Pienso que los políticos tienen que ser probados en distintas áreas antes de su lanzamiento al estrellato ministerial. Zapatero piensa de manera distinta, qué le vamos a hacer. Zapatero reserva en sus sucesivos gobiernos una cuota para ministros y ministras que son melones sin calar. Gentes que resultan atractivas desde el punto de vista mediático, por una u otra causa (por muy jóvenes, por muy feministas o por muy eficientes en lo suyo), pero que no han acreditado capacidad gestora de los intrincados intereses públicos. Resulta peligroso que tengan que probar su valía desde la cúspide, saltando pasos obligados y sin madurar en responsabilidades intermedias. Como los presidentes de Gobierno son omniscientes en este sentido, muchas veces no hacen caso de los consejos que les dan líderes de su propio partido que conocen al dedillo las biografías de sus elegidos para la gloria.

No se puede nombrar ministro a alguien sólo porque lo haya recomendado un alcalde de pueblo y se le haya visto defenderse bien los mítines. No se puede, pero se hace. En cada crisis de gobierno los presidentes gustan de desafiar las quinielas de los enterados sacando de la chistera uno o más nombres insospechados y hasta epatantes. Como una demostración más de poder. Luego pasa lo que pasa, alguno de los designados no da la talla. A los pocos meses cambia a su propio gabinete, despide a sus asesores y achaca su inanidad a que le está fallando la política de comunicación: hago muchas cosas, pero no las "vendo" bien. No, criatura. El problema eres tú mismo. Tal vez no valgas tanto como ha creído Zapatero y, por supuesto, como crees tú. Y si mejora la comunicación será peor: más ciudadanos se enterarán de lo mal que lo haces.

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