Luz y taquígrafos

Miguel Alberto Díaz

Los sin techo

EN estos días de otoño invernal, en los que necesitamos más que nunca el calor para poder subsistir, buscando prendas de abrigo, la estufita que nos caliente en el hogar o el aire caliente en los coches, es cuando se demuestra lo vulnerables que somos ante las inclemencias meteorológicas.

Se unen el frío, el viento, la lluvia y, con el rabillo del ojo, mientras miramos los escaparates navideños, observamos en los portales o en las entradas de las ilustrísimas entidades bancarias, cómo ciudadanos y ciudadanas intentan protegerse entre cartones, más con menor que con mayor fortuna, de la heladez que les cala los huesos.

Hace unos días participé en unas jornadas en la Mancomunidad de Municipios, que contaron con la presencia del Defensor del Pueblo Andaluz, José Chamizo, quien hacía referencia a las personas que viven sin techo, que viven sin hogar.

Porque vivir fuera de un hogar no es solamente vivir a la intemperie, sino que significa la falta de calor humano, sin alimentos, sin salud, sin estabilidad, sin orden, sin privacidad, sin dignidad, sin familia…

Sí, amigo lector, es algo más que vivir a la intemperie, porque en estos tiempos de crisis, en los que no sólo nos afectan las inclemencias meteorológicas, sino también las que provocan las grandes corporaciones financieras, las grandes empresas, los gobiernos irresponsables… en resumidas cuentas, el capital que, como he dicho en más de una ocasión, ni siente ni padece.

También se nos informaba por parte de Cáritas de los nuevos perfiles, de los nuevos rasgos que definen a los nuevos pobres.

Porque a la añeja, y no por ello menos injusta marginalidad de siempre, se suman otras personas que por motivos del galopante desempleo, de las hipotecas asfixiantes y de la vertiginosa e imparable subida de los precios de los artículos de primera necesidad, está llevando a las puertas de los servicios sociales, de las iglesias, del Banco de Alimentos y de los comedores y albergues sociales a personas que, en teoría, hace unos meses, vivían una situación "normalizada".

Están sonando todas las alarmas y hay algunos que no se quieren enterar. La sociedad en su conjunto debe poner en valor, ahora más que nunca, la solidaridad, porque es el único elemento vertebrador que puede evitar que caigamos en el abismo de la desesperación y del olvido de la gente que sufre.

Y en ello, más comedores, más albergues, más trabajo, pero, sobre todo, más calor, mucho más calor, que produce el afecto y el cariño que siempre nos quedará a la gente de bien.

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