La tribuna

César Hornero Méndez

Bolonia y la Universidad

CASI con seguridad, como suele suceder en muchas de estas iniciativas, bastantes de los estudiantes que se están manifestando estos días bajo la consigna del "No a Bolonia" no habrán leído la Declaración de Bolonia de 1999, declaración que desencadena el proceso de construcción del Espacio Europeo de Educación Superior. Si la leyeran descubrirían que lo que se plantea en ésta dista bastante, al menos en apariencia, de muchas de las consignas con las que se convocan estas manifestaciones. Algunas de éstas causan auténtico sonrojo y perplejidad, ya que permiten atisbar, con el debido respeto, lo que abunda entre los manifestantes: una mezcla de ingenuo desconocimiento, de radicalismo de salón y de papanatismo democrático. Sólo así pueden explicarse lemas del tenor de "Por una educación igualitaria y solidaria" o "Por institutos y universidades democráticos". Son lodos cuyos polvos conocemos.

Lo único, tal vez, que puede concedérseles a algunos de los movilizados es que desconfíen de Bolonia, ya que apocopa todo un proceso de reforma, más o menos encubierta, en el que llevamos embarcadas borreguilmente las universidades españolas hace ya tiempo. Un proceso para el que Bolonia ha podido servir de excusa o de pantalla, pero que tiene bastante más alcance que el de crear sólo el Espacio Europeo de Educación Superior.

A eso, como decimos, quizá más por intuición que por otra cosa, se oponen unos estudiantes, mayormente ingenuos y manipulados, pero también los sectores más cutres e inmovilistas del profesorado, dispuestos a seguir instalados en la comodidad de lo malo conocido o dispuestos a actuar gatopardianamente: hacer como que todo cambia para que no cambie nada. Unos y otros permanecen de perfil ante el verdadero cambio de modelo que se le está planteando, de manera todavía más bien encubierta, a la Universidad española. En buena medida, se está aprovechando que Bolonia -algunos dirán que la realidad- pasaba por aquí.

De esta reforma o cambio de modelo han comenzado a dar cuenta ya algunas voces. Han empezado a alertar de hacia dónde nos puede conducir una transformación de la universidad que puede terminar por hacerla irreconocible. A medio plazo las víctimas principales de esta reconversión -más "industrial" que otra cosa- seremos los alumnos y los profesores, que habitaremos una universidad, que es nuestro ayuntamiento, convertida en un instituto, no de los de antes, sino de los de ahora. A largo plazo es evidente que la víctima será la sociedad española en su conjunto.

Las razones para una visión tan pesimista parten de las dos ideas-fuerza con las que parece desenvolverse esta universidad del futuro. Por un lado, vivimos tiempos de una auténtica dictadura científico-tecnológica. El modelo de universidad a que ello conduce es altamente empobrecedor, en la medida en que supone, aunque no se reconozca abiertamente, la práctica expulsión de la misma de los conocimientos inútiles. Con independencia de lo discutible que es eso de la utilidad -tan útil es la historia del arte como la informática de gestión-, este planteamiento conlleva una progresiva vulgarización de la universidad y del elitismo intelectual que bien entendido forma parte de la esencia misma de ésta.

La otra idea sobre la que se sustenta la universidad que se nos propone es la de la conversión o el acercamiento de ésta al mercado y a la empresa: la universidad como empresa. Una concepción empresarial de la universidad -estratégica y de calidad, "palabras-bulo" de tintes hoy casi mágicos- que debe permitir insertarla en el mercado con garantías de que sea capaz de servir para lo único que se le requiere: avances técnico-científicos -a poder ser patentablesh y, sobre todo, mano de obra, formalmente cualificada, pero cada vez más ayuna del verdadero conocimiento.

Aunque podrán parecer una manifestación de frívolo esnobismo, unas palabras del filósofo A. Valdecantos son una descripción nada exagerada de esa nueva universidad a la que a algunos queremos resistirnos: "Las universidades […] están atravesando un momento crítico, el de convertirse exclusivamente en una organización empresarial que tiene la mirada puesta en el mercado de trabajo. No es lo que más me gusta. Porque dejan de ser lo que era la universidad tradicional, una institución que permitía la difusión del conocimiento inútil".

Y es que, a riesgo de pasar también por inmovilistas, creemos que la universidad debe ser siempre una institución, un proyecto equilibrado entre la tradición y la modernidad. Lo que nunca puede ni debe es traicionarse a sí misma.

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