Tierra de palabras

Paola / Tobalina

Templo de paz y de palabras

LA imagen muestra como entran sigilosamente y en grupo al Parlamento de Ottawa, como unos van tomando posesión de sus estratégicos sitios mientras otros, pasillo adelante, van a verse de frente con la tragedia. Todos armados hasta los dientes. La cámara se para en la línea que si el ojo que la dirige traspasa se podría encontrar de bruces con el peligro, pero la deja abierta y sigue grabando. A partir de ahí será el sonido el que valga más que mil imágenes y te cuente la historia. Se oye un primer disparo, el del asaltador, que supongo es el que acaba con la vida del policía canadiense y detrás de ese pasan catorce interminables segundos en los que sin necesidad de ver, imaginas todo. El sonido seco de la descarga de toda la recamara de más de una pistola te hace concluir que el individuo fue literalmente cosido a tiros por los policías.

Uf…Y para qué me meto yo en la red a bichear información y acabo viendo estas cosas, me pregunto. Qué necesidad la de este sobresalto innecesario un rato antes de recitar poesía. Con lo tranquilita que estaba. Crees que saldrá un locutor o locutora informándote sobre la noticia y parece que lo que has activado es el último y más violento videojuego de moda.

Si de algo sirvió esta encallada navegando por la red, fue para reafirmarme en lo que soy, y a mucha honra: una provinciana, incluso puedes llamarme hasta pueblerina que no me disgusta. Esto lo pensaba de camino a la biblioteca de mi apacible pueblo, en el que es impensable llevar escondida una pistola en el bolso. Ayer, que se celebró el Día de la Biblioteca, la única carga que ocultaba mi recámara era la palabra y en cada bala, un poema. Allí, en el templo de los libros, me vi con alumnos de Bachillerato del Carlos Cano. Por más que apunté directo al corazón, no hubo manera de atravesar la coraza de la adolescencia, esos chalecos anti poesía que se ponen para proteger sus emociones de cualquier ataque. Lo comprendo, todo tiene su momento, ya les llegará.

Teniendo en cuenta qué día celebrábamos, cuando los niños se fueron y volví a quedarme sola, el ruido atronador de las balas seguía instalado en mi cabeza y como un mal sueño me vino un destello de la destruida biblioteca de Sarajevo, ¡un sonido tan reciente todavía! Entonces, bendije la tierra que piso.

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