Cultura

La mujer romana, a la última

  • El arreglo del cabello femenino en la Bética Romana es el título de una tesis doctoral defendida en la UCA, para lo que se han catalogado más de 900 piezas

La mujer romana estaba siempre a la última, en lo que a peinado se refiere. Estaba pendiente de las nuevas tendencias que llegaban desde la capital, desde Roma, e intentaba seguir los cánones marcados en función de sus posibilidades. Y la zona de la Bética, incluido Gades, no fue ninguna excepción, ya que sus habitantes femeninas también estaban muy pendientes de estos modelos oficiales establecidos.

Es por esto que una parte del quehacer diario de la mujer se dedicaba al peinado que, más que un simple aderezo, portaba un mensaje de gran relevancia política y social, acorde al contexto histórico de la época. Así, mientras en los primeros tiempos del Imperio los peinados eran simples-en consonancia al rol de una mujer centrada fundamentalmente en las labores domésticas y educación de sus hijos-, posteriormente se pasó a un modelo más elaborado, alcanzando su máxima expresión en el I. d. C.

Finalmente, esta búsqueda desenfrenada de un peinado atractivo como fórmula de valoración social fue concebida por la comunidad cristiana como un obstáculo para el cuidado del alma. Volvió a imperar la sencillez en el peinado, por tanto.

Éstas son algunas de las conclusiones de la ambiciosa y no menos curiosa tesis doctoral que recientemente leyó Milagrosa Jiménez Melero en la Facultad de Filosofía y Letras, obteniendo como resultado final sobresaliente Cum Laude y que fue dirigida por Inmaculada Pérez López.

Para la puesta en marcha de este trabajo se ha servido del estudio de las evidencias materiales del arreglo del cabello femenino en el extremo occidental de la Bética romana. Concretamente, ha analizado toda la documentación procedente tanto de fuentes escritas como iconográficas -poniéndose en evidencia la necesidad de emprender estudios de objetos menores-, así como todas las fuentes arqueológicas halladas en espacios funerarios de este ámbito geográfico.

Entre éstas figuran las aci crinales, aci discriminalis, espejos o peines, que son precisamente los materiales que habitualmente usaban las mujeres para arreglarse los cabellos y de los que ha podido constatar una extraordinaria riqueza tipológica, dada la gran abundancia de hallazgos producidos en los últimos años. En total se han catalogado 905 piezas de las que 724 corresponden a aci crinalis, 27 a aci discriminalis, 6 a peines y 148 a espejos. Las primeras son las que más abundan y ofrecen una tipología más variada, debido al uso de más de una en el peinado. Estas referencias arqueológicas proceden de los yacimientos de Itálica, la necrópolis de Carissa Aurelia, de Gades, Carmo, Mulva y Olivar Alto, así como Baelo Claudia.

Durante su defensa Milagrosa Jiménez ofreció datos tan interesantes como que los objetos de tocador no eran necesariamente útiles de uso cotidiano, pues algunos fueron elaborados en materiales preciados y presentan una rica ornamentación, en clara intención de establecer la supremacía económica de la familia.

También se ensalzó la figura de las ornatrices, que eran las asistentas personales que elaboraban dichos peinados en el ámbito doméstico y que alcanzaron una gran aceptación social. Uno de los testimonios de su existencia parte de la necrópolis de Gades, del epitafio que ya traducido dice algo así: Turpa Tique, peluquera, querida por los suyos, aquí está enterrada.

En definitiva, el peinado se erigía como todo un símbolo de la relación de los individuos con la sociedad, como bien puede ocurrir en la actualidad, pese a separarnos más de veinte siglos en el tiempo.

Integraron el tribunal José M. Luzón, Alicia Arévalo, Raquel Casal, M. Luisa de la Bandera y Sebastián Rascón.

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