Cultura

El regreso del gran cine de gran público

Al contrario de lo que están haciendo los bancos concedan a esta película el préstamo de su tiempo y la hipoteca de una tarde o una noche, no por lo que un servidor les vaya a decir sobre ella, sino por los dos seguros valores que la avalan: sus guionistas y sus intérpretes. El director también es un buen garante, y lo demuestra con una faena ajustada, aunque su seguro oficio carece del plus de grandeza con que el guionista y los actores la enriquecen. Los guionistas -que se inspiran en una serie de culto de la BBC- son el maestro Tony Gilroy, autor de los guiones de la trilogía de Bourne y escritor-realizador de las estupendas Michael Clayton y Duplicity, y Matthew Michael Carnahan, responsable del guión de Leones por corderos. Los intérpretes son Russell Crowe -un maestro del exceso al que le basta una mirada para adueñarse del plano- y Hellen Mirren -una de esas señoras del escenario y la pantalla que de vez en cuando nos regala Inglaterra-, además de un Ben Affleck bien afinado (lo que no todos los directores consiguen) que va ganando densidad dramática película tras película. En cuanto al realizador -seguro pero no brillante- se trata de Kevin MacDonald, autor de esos dos buenos retratos de la crueldad y el horror que son el filme de ficción El último rey de Escocia y el documental My Enemy's Enemy, el primero sobre Idi Amín Dadá y el segundo sobre el nazi Klaus Barbie. Con un pulso narrativo más firme que en su anterior largometraje de ficción, McDonald aborda aquí también cuestiones relacionadas con el poder y la corrupción política; aunque, afortunadamente, en un marco democrático que permite su investigación periodística y su denuncia.

Porque La sombra del poder, enmarcándose estilística y temáticamente en el afortunado retorno al cine de los 60 y los 70 de los Lumet, Pollack o Pakula, es una película sobre la lucha entre el periodismo y la corrupción política. Crowe interpreta a uno de esos animales periodísticos que siguen una pista con un olfato, un instinto y una determinación felinas hasta capturar la pieza; aunque sea al precio de su propia carrera e incluso de su propia seguridad. La pieza es en este caso una intrincada trama que no habremos, lógicamente, de desvelar; pero de la que se puede decir que tiene que ver con políticos democráticos y dictadorzuelos más o menos disimulados, con militares y con paramilitares, con guerras que todos condenan y que a algunos enriquecen. Haciendo además un minucioso retrato -que quedará como testimonio- del complejo momento que vive una profesión periodística que, a la tradicional lucha entre empresarios, editores e informadores, suma la tensa convivencia entre el periodismo impreso y el digital, entre lo que escriben los periodistas y lo que añaden (o filtran) los blogueros.

Además del muy bien tramado guión, bastidor solidísimo al que sólo se le puede reprochar algún romántico hilo suelto, y de las monumentales interpretaciones de Crowe y la Mirren (superior la segunda al primero en su furiosa contención dramática), esta película aporta cine narrativo en estado puro: bien encuadrado y aún mejor montado, sin excesos de cámara ni tentaciones (pese al origen televisivo de la historia) clipero-televisivas; confiado en el poder de la imagen estable, en la atracción de una historia bien contada y en la fuerza de unos grandes actores bien dirigidos. La crítica la ha tratado bien, pero la historia -intuyo- la tratará aún mejor; convirtiéndola en una de esas películas que se ven una y otra vez sin cansancio en DVD o que nos atrapan cuando nos las encontramos zapeando. Otro síntoma de que el largo reinado de los adolescentes memos en las salas de cine -¡más de 20 años!- puede estar llegando a su fin y el gran cine de entretenimiento volviendo a respetar al gran público.

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