Cultura

Reluce también en Salamanca la espléndida tauromaquia de Perera

  • Corta tres orejas que pudieran ser cuatro si el presidente no le disimula claramente una del primer toro de su lote

La claridad y rotundidad del toreo de Perera lo inundó todo. Ya se habla de la tauromaquia de Perera, conjunto de suertes oportunamente ejecutadas en base a situaciones muy concretas en el ruedo según el juego de cada toro, y cuyo final es el toreo con mayúsculas.

Una tauromaquia que sobresale todavía más frente a las aciagas intervenciones de los otros espadas alternantes, como fue el caso de Morante y, sobre todo, de Aparicio, náufragos los dos.

Fue mansa la corrida de Vellosino pero sin comerse a nadie. De dicha mansedumbre se derivaron una serie de problemas que, una de dos, o los vencía el torero, o le vencían a él. Ni más ni menos se dio con Perera en el sentido positivo de la acción. Con los otros dos toreros pasó todo lo contrario.

El primer toro de Perera, que hizo ascos al capote, estuvo todo el tiempo a la contra. El mérito del torero fue meterlo en vereda. Desde unos lances a pies juntos muy ceñidos y pasando por un quite por gaoneras también muy ajustado, Perera cubrió el primer tercio a la perfección.

Silencio de expectación por algo memorable que había de venir. Y Efectivamente, en la misma apertura tomó vuelo la faena, en el toreo por la derecha. Dos series de tres y cuatro muletazos, muy entrelazados y por abajo. La tercera tanda, ligadísima y en un palmo, fue de no va más.

El toro se quiso rajar ahí, pero Perera procuró que en la huida se encontrara la muleta, disuadiéndole de las querencias. Fue cuando surgió también el torero al natural en una extraordinaria dimensión, por largura y profundidad en cada pase.

Insistía el animal en su obcecación por irse, cuando Perera le rindió en un circular interminable, obligándole a pasar dos veces por el mismo sitio sin romper el círculo. Fue la locura. No se entiende como el presidente se atrevió a reconocer aquello con una sola oreja después de matar a la primera y con la plaza absolutamente blanca de pañuelos.

La faena al sexto fue totalmente distinta, pues tuvo que tragar mucho el torero al principio para desengañar al complicado toro. Faena de mando en la primera parte y de excelsa torería en lo que vino después. Toreo de confianza en sí mismo y de especial aroma.

Los parones y frenazos finales del toro los resolvió Perera con extraordinaria suficiencia, muy metido entre los pitones, haciendo el parón, obligándole a ir y venir a su alrededor dibujando en el recorrido lazos y nudos de una tremenda emoción. Estocada otra vez hasta la bola, y ahora se rindió el presidente: las dos orejas. Otra cumbre de Perera.

Aparicio ni quiso ni pudo. Morante se escudó en la falta de entidad de su primero para no pasar de las apariencias. Y en el rajado quinto estuvo sólo en los detalles.

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