Cultura

Adiós a Amparo Baró, actriz de raza

  • La intérprete de la voz especial fallece a los 77 años reconocida como una de las mejores intérpretes de su generación, la de José Luis López Vázquez, Marsillach y Amparo Soler Leal.

Amparo Baró, una de esas actrices de raza que daban espesor a cualquier obra teatral y a cualquier guión, nos abandonaba ayer a los 77 años, víctima de un cáncer. Como a otras muchas actrices de su generación, su físico poco espectacular -ella decía a menudo que era "bajita y feíta"- la relegó en muchas ocasiones a papeles secundarios. ¡Pero qué secundarias ha tenido el teatro español! ¡Cuánto tienen que aprender de ellas esas jóvenes estrellas que no resisten el paso de la pantalla al escenario! Porque lo suyo fue el teatro, aunque haya hecho numerosas películas y haya sido la televisión la que ha consagrado su nombre.

En verdad, pocos tenían televisor cuando esta joven barcelonesa nacida en 1937, estudiante de Filosofía y Letras, se quedó tan embelesada viendo Seis personajes en busca de autor de Pirandello, con Asunción Sancho como protagonista, que decidió cambiar la universidad por el escenario.

Debutó en 1957 con El burlador de Sevilla y, con esa voz tan especial que siempre la caracterizó, pronto llamó la atención de uno de los grandes del teatro español, con quien tuvo la suerte de cruzarse: Adolfo Marsillach. Esa misma temporada fue contratada por la Compañía Windsor que encabezaba Marsillach con su esposa de aquel entonces, Amparo Soler Leal, también recientemente desaparecida. Con ellos comenzó un camino sin vuelta atrás junto a actores como José Luis López Vázquez o Venancio Muro, y con ellos se fue a Madrid, donde ha vivido desde entonces y donde ha fallecido en la clínica Puerta de Hierro, porque Amparo, tan discreta ella, siempre pensó que "morir en el escenario era una ordinariez".

En 1965 la actriz creó su propia compañía -por ella pasarían Luis Prendes, Manuel Galiana…- pero lo de empresaria no iba con ella y la empresa naufragó dos años después. La suerte, sin embargo, nunca la abandonaría y, por aquellos años, TVE la reclutó para uno de los títulos más duraderos y exitosos de toda su historia: Estudio 1. Éste, que había comenzado a emitirse en octubre de 1965, era un programa de piezas dramáticas completas que supuso una auténtica escuela para los jóvenes realizadores (Pilar Miró, Gustavo Pérez Puig, Juan Guerero Zamora…) y para muchos actores que lograron consagrarse a través de las pantallas, como José Bódalo, José María Rodero, los hermanos Gutiérrez Caba, María Massip… y Amparo Baró, por no hablar de la escuela teatral que supuso para una masa de espectadores que, por suerte, no tenían tanta chabacanería donde elegir, y reían asombrados con el humor de Miguel Mihura o Javier Poncela (Tres sombreros de copa y Cuatro corazones con freno y marcha atrás fueron algunas de sus obras interpretadas por Amparo) y, al mismo tiempo, también se emocionaban con los clásicos o con historias como la de Diálogo de Carmelitas.

Puede decirse que, precisamente por ser una mujer de apariencia normal, sus personajes se hicieron imprescindibles para las cámaras. El cine, con más de 20 películas en su haber, no sacó, sin embargo, lo mejor de ella, a pesar de ese Goya a la Mejor Actriz de Reparto con la película Siete mesas de billar francés de Gracia Querejeta. Ya nunca sabremos qué hubiera pasado de haber aceptado aquel guión tan loco que recibió de un chico que trabajaba en Telefónica (Pepi, Luci, Bom... de Almodóvar).

Otra cosa fue la televisión, donde además intervino en series como Mujeres solas, Confidencias, con Antonio Ferrandis, o Silencio, estrenamos (1974), de Pilar Miró con guiones de Marsillach, por no hablar de las más actuales, que todos conocen. Pero lo que la lanzó a una popularidad estratosférica fue su personaje de Soledad Huete en Siete vidas.

Con todo, y a pesar de la película que deja inacabada, La puerta abierta (el primer largo de la actriz y directora Marina Seresesky), el destino ha querido que Amparo Baró se despida a lo grande en los escenarios. En diciembre de 2011, tras estar doce años alejada de las tablas, Baró regresaba con Agosto, de Tracy Letts (Premio Pulitzer 2008), un proyecto del Centro Dramático Nacional. Esta última cita con el teatro le ha permitido conmover de nuevo en vivo y en directo -en el papel de Violet Weston- a un público que se ponía en pie cada noche para ovacionarla y que hacía largas colas para comprar una entrada. Su director, Gerardo Vera, y su querida compañera Carmen Machi (intérprete también de La puerta abierta) estuvieron con ella antes de ayer y aún no pueden creer que un ser humano tan "normal y tan extraordinario" los haya dejado solos para siempre en los escenarios.

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