Nadia Consolani. Ceramista, viuda de Fernando Quiñones

“No tengo los problemas de herencias ni el dinero de otras viudas”

  • l Nadia Consolani nació en Venecia, pero al casarse en 1959 con Fernando Quiñones, del que se cumplen mañana 10 años de su muerte, esta ceramista y poeta lo hizo con Cádiz. “Yo era una burguesa y Fernando un chico de la calle, un auténtico trasto”, un gaditano que se empeñaba en salir a la calle con el mismo bañador o “lleno de lamparones”. La convivencia fue, en ocasiones, muy difícil por estas diferencias y por el espíritu libre del escritor. “Mis broncas las salvaba diciéndome alguna gracia, en italiano, y yo ya me rendía, claro”. Y aún no ha pensado en buscar otro compañero. “No podría, ahora soy mayor, pero tampoco hace años. Todos perderían en la comparación”.

–¿Le molesta que le pregunte por Fernando?

–En absoluto, al contrario. Me enorgullece muchísimo.

–Se lo digo porque puede estar cansada de que la traten como viuda de .

–Hombre, yo siempre he intentado ser Nadia Consolani, y no la mujer de, pero bueno, es un orgullo también para mí, con lo cual acepto las dos cosas.

–Las viudas de suelen lidiar con polémicas de herencias, legados...

–En mi caso, gracias a Dios no he tenido ningún problema en ese sentido. Ni tengo el dinero de muchas viudas importantes, ni tengo fama, yo soy una persona muy normal, no sé... muy corriente.

–Entonces,  ¿qué es lo que más echa de menos de Fernando?

–Todo. Su alegría, su vitalidad su manera de ser, de ver la vida, su actitud siempre positiva, su cabeza que era inmensa... superculto, no lo aparentaba, tenía una memoria estruendosa, en fin muchas cualidades que me compensaban, aunque fuera él luego un hombre problemático, no en el sentido... feo, sino que él necesitaba una libertad, una independencia que una familia no acepta tan fácilmente.

–Era un hombre que iba por libre.

-¡Iba por libre en todo! Tanto que si yo no lo hubiera entendido, nos hubiéramos separado. Pero como fue un hombre que luego me ha compensado mucho en otros aspectos, siempre hemos estado juntos. Cuarenta años no son pocos, dos hijos, mucha vida en común, mucha literatura en común...

–¿Qué era lo más difícil de él?

–Su libertad. Era completamente incontrolable; su independencia mental y física. Pero al mismo tiempo me permitía ser yo. Tener la escuela de cerámica, todas mis actividades, las pude hacer porque él me empujaba, me ayudaba, compartíamos muy bien los quehaceres. Y los niños...

–No tenían una familia muy típica.

–No, la verdad. Con un padre escritor y una madre ceramista, los pobres... En el colegio cuando les decían “escribe sobre tu familia” no sabían muy bien qué poner, estaban liaos.

–¿Y a qué ausencia se acostumbró antes?

–A ninguna. Sigo teniéndolo muy presente después de 10 años. Sus cosas siguen en el mismo sitio y es como si tuviera que volver de viaje, de uno de sus tantísimos (lo dice recalcándolo) viajes.

–¿Cree que el recuerdo de Quiñones en Cádiz y en la literatura es el que debe ser?

–Fernando tendría que ser mucho más considerado en muchos aspectos, pero claro, eso no se puede forzar. Yo considero que no es conocido suficientemente. Se conoce de él la parte lúdica, la parte chistosa, la del bohemio un poco loco, pero no se conoce su literatura a fondo, que es inmensa;su cultura, su capacidad mental. Cuando su médico, el doctor Chamorro, lo vio en coma dijo “qué pena de cabeza”, porque lo que le importaba era, más que el cuerpo, la mente que se iba.

–¿Otra vez nadie es profeta en su tierra?

 –La gente necesita tiempo para comprender quién era su paisano. Él luchó mucho por esta ciudad y ha tenido muchos amigos que lo siguen queriendo, y los caleteros que todavía me saludan y me siguen diciendo “qué pena de Quiñones...”

–¿Sigue recorriendo los lugares que los dos recorrían?

 –Me costó mucho volver a La Caleta, porque nos bañábamos juntos, yo lo esperaba allí... vivíamos esos momentos de playa que aquí en Cádiz son infinitos, porque duran hasta las diez de la noche. Me hería. Pero hace poco he pensado que tendría que reconciliarme con la Caleta aunque él no estuviera. Y ya me doy el paseíto, voy a ver el mar, le digo “hola Fernando” a su estatua que está ahí. Es una mezcla entre creérmelo y no creérmelo, la verdad.

–Amó al hombre, ¿a cuál de sus obras ama por encima de las demás?

 –Yo creo que su poesía. No está todavía considerada en el sentido amplio, porque él ha hecho una poesía quizá diferente. Sus Crónicas son importantes para mí. También era un buen cuentista, aunque a él esa palabra no le gustaba, le sonaba a...

–... A mentiroso.

 –Exacto, ja, ja. Él prefería la palabra relato, antes que cuento. En realidad me gusta toda su obra, sus novelas...

–¿Cuál recomendaría?

–La canción del pirata y Las mil noches de Hortensia Romero son las más famosas. Ahora, a mí me gusta mucho La visita, su última novela, que me parece intelectualmente, y también desde el punto de vista literario, muy importante.

–¿Usted sigue haciendo poesía?

 –No, bueno a veces. Cuando algún atardercer o un amanecer me hiere. Pero sin pretensiones, no me considero poeta ni escritora. Aparte, que he tenido un maestro que ¡vaya!

–Es la sombra de Quiñones.

–Yo creo que la sombra de Quiñones es muy fuerte en los tres: en mí y en mis hijos. Porque mis hijos tienen unos potenciales importantes, pero la fama del padre, también la de simpático, de amiguero y todo eso, quizá nos aplastó un poco.

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