Análisis

El contagio: España resiste

  • Los emergentes se enfrentan a un duro ajuste que puede afectar a los países desarrollados. Nuestro país aguanta, pero hay que recordar que tiene muchos intereses en Latinoamérica.

LAS perspectivas de crecimiento mundial siguen siendo positivas, pero desiguales y decepcionantes. En su último informe el FMI advierte de que los riesgos a la baja siguen afectando a la economía mundial ante la desaceleración de China y los países emergentes, el inicio de la subida de los tipos de interés de la Reserva Federal de Estados Unidos y el impacto de la caída del precio de las materias primas. Pero quizás el riesgo más importante es el de la inestabilidad financiera global. El endeudamiento mundial ha seguido aumentando durante la crisis. Los problemas están rotando pero permanecen: la recesión se ha desplazado de los países desarrollados a los países emergentes y las economías avanzadas reducen lentamente su endeudamiento, mientras los países emergentes lo aumentan.

Los bancos centrales están siendo rehenes de sus propias políticas monetarias expansivas. Los bajos tipos de interés, en ocasiones negativos, mantenidos por periodos excesivamente largos, desincentivan la reducción de la deuda de los gobiernos, de las empresas y de los consumidores. La represión financiera derivada de los bajos tipos de interés, está forzando a los ahorradores a que asuman excesivos riesgos. Los precios de los activos financieros se han disparado y la volatilidad ha aumentado. La cuantiosa liquidez inyectada por los bancos centrales de los países desarrollados ha fluido hacia a los países emergentes en búsqueda de una rentabilidad más alta, inundándolos de liquidez y propiciando burbujas de crédito, de valores, inmobiliarias, apreciaciones de sus monedas, encarecimiento de sus exportaciones y desaceleración de su crecimiento. En algunos países, como Brasil, han causado procesos inflacionarios. La abundante financiación externa y los bajos tipos de interés han disparado el endeudamiento de las empresas, esta vez en dólares y en euros.

En el transcurso de la crisis la deuda en dólares de las empresas de los países emergentes se ha multiplicado por cinco. Ha aumentado de cuatro billones de dólares en el inicio de la crisis a más de 20 millones, según el Instituto Internacional de Finanzas. A partir de 2014 el proceso se ha invertido. Ante la desaceleración de China y de los países latinoamericanos, e incentivados por las expectativas de subida de tipos de interés, los flujos de capital han cambiado. Ahora los capitales huyen de los países emergentes hacia los países desarrollados, en búsqueda de una mayor seguridad y rentabilidad. Algunos gobernantes de países como China y Brasil habían denunciado que las políticas monetarias expansivas de los bancos centrales de Estados unidos y Europa estaban dificultando su crecimiento y provocando grandes problemas de inestabilidad financiera y excesivo endeudamiento externo. Sus sugerencias no fueron atendidas. Algunos países se vieron impotentes para contener la avalancha de capitales que les estaba inundado. Bajar los tipos de interés para desincentivar a los inversores internacionales no era la solución, ya que esto alimentaba todavía más la inflación que padecían. Subirlos para combatir la inflación atraía nuevas oleadas de capitales. La solución fue dejar que sus monedas se apreciaran, con el costo de frenar sus exportaciones y su crecimiento.

En el último año el escenario ha cambiado bruscamente. Los países emergentes han alcanzado el techo de su ciclo financiero y han iniciado su aterrizaje. El nuevo escenario es de desaceleración, endeudamiento en dólares muy alto, caída de los ingresos y de la capacidad de atender la deuda, fuertes salidas de capitales y depreciación de sus monedas. Este deterioro es en parte debido a fallos internos por políticas inadecuadas, baja productividad, excesivo gasto público, baja calidad institucional, corrupción y ausencia de reformas estructurales. Pero esta vez los factores de contagio mundiales han sido más importantes.

Los países emergentes han alcanzado el techo de ciclo financiero que los países desarrollados superaron hace cinco años, y tienen que emprender el mismo camino de desendeudamiento, sufrimiento y reformas estructurales. En el caso de Latinoamérica el proceso de ajuste va a ser duro. El hecho de que el endeudamiento sea fundamentalmente externo y en dólares dificulta el ajuste. El previsible aumento del tipo de interés y del tipo de cambio del dólar, unido a la caída de ingresos de las exportaciones de materias primas, determina que muchas empresas sean incapaces de atender el servicio de la deuda. El impacto sobre la banca será importante y habrá que iniciar un proceso de saneamiento y reestructuración de la banca, tanto en Latinoamérica como en China. España, que tiene empresas y bancos con balances y cuentas de resultados muy expuestos a Latinoamérica, será uno de los países más afectados. Se comprende la precaución extrema y los titubeos que tiene la Reserva Federal de Estados Unidos para iniciar la subida de los tipos de interés. Hay que tener en cuenta que los países emergentes son el 50% del PIB mundial y han aportado 70% del crecimiento mundial durante la crisis. Los bancos centrales están atrapados. Los mercados han generado una adicción permanente a la droga de la liquidez de los bancos. Los tipos de interés reales negativos llevan a los agentes económicos, banca y empresarios, a hacer una asignación ineficiente de los recursos, hacia negocios y sectores de baja productividad. Con tipos reales bajos o negativos y abundancia de liquidez cualquier negocio es bueno. En España conocemos muy bien esta enfermedad que se focalizó en el sector inmobiliario y arrastró posteriormente a la banca y a la deuda soberana.

Los países emergentes son una bomba de relojería. El éxito en esta transición hacia un nuevo ciclo va a depender de las políticas económicas que se adopten y de la cooperación internacional, tanto de los gobiernos como de los bancos centrales. La transición de China es un caso especial. Como segunda potencia podría provocar una nueva fase de recesión mundial. A los problemas del alto endeudamiento, que se acerca al 300% del PIB, hay que añadir las dificultades de la transición hacia un nuevo modelo económico y financiero, menos dependiente de las exportaciones y de la inversión y más sustentado por el consumo interno, más liberalizado y abierto hacia el exterior, con más peso de la iniciativa privada, con una banca más moderna y saneada, una industria más diversificada y respetuosa del medio ambiente , un sector servicios más desarrollado, una menor corrupción y unas instituciones de mayor calidad Y transparencia. No obstante el FMI confía en esta transición y mantiene unas perspectivas de crecimiento inalteradas del 6,8% para 2015 y del 6,6% para 2016. Quizá sea demasiado optimista.

En cuanto España, las previsiones del FMI son de un crecimiento del 3,1% para 2015 y del 2,5% para 2016, siendo la economía desarrollada que más crece en este año y la segunda en 2016. España resiste y lidera el crecimiento en Europa. Pero no está exenta de riesgos a futuro. Su endeudamiento externo, de los más altos del mundo, no se ha reducido y sigue dependiendo en exceso de la financiación exterior, siendo vulnerable a un contagio financiero global. La consolidación fiscal todavía no está garantizada. Tanto el FMI como la Comisión Económica Europea opinan que el año que viene no cumpliremos con los objetivos de déficit público. Por otra parte el alto nivel de desempleo y la baja productividad son otros dos grandes desequilibrios estructurales a corregir que exigirán que el nuevo gobierno que surja tras las elecciones continúe con las reformas estructurales. El mayor riesgo de España en estos momentos es el político.

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