Cultura

Cirlot: sólo lo inédito vale

  • La Fundación Lara publica la biografía del poeta con la que Antonio Rivero Taravillo ganó el Premio Domínguez Ortiz, la historia de un creador conservador en lo político y audaz en lo estético.

"Nunca he creído en la realidad de nada y siempre he vivido como un fantasma de mí mismo, extrañado de que los otros me vieran, me hablaran, me saludaran". Juan Eduardo Cirlot (Barcelona, 1916 - 1973) vivió en el doloroso desarraigo de quienes se buscan, y en sus múltiples intereses y desvelos temió no ser más que una sombra esquiva e imprecisa. Con el perfil de este hombre contradictorio, conservador en lo político y audaz en lo estético, altivo pero necesitado de aprobación, deseoso de encontrar una espiritualidad propia pero también descreído, Antonio Rivero Taravillo ha escrito un ensayo, ganador del Premio Antonio Domínguez Ortiz de Biografías, en el que el poeta y traductor se acerca con pasión y rigor a "un auténtico lobo estepario de nuestras letras".

Cirlot. Ser y no ser de un poeta único (Fundación José Manuel Lara) culmina una devoción que Rivero Taravillo sentía desde hace décadas, cuando descubrió una antología del poeta que coordinaba Clara Janés y publicaba Cátedra. La ilustración de la portada, una reproducción de La dama de Shalott, la pintura de John William Waterhouse, le sugirió que en aquellas páginas "habría magia". No se equivocaba: le atrapó la fuerza de una obra misteriosa que "apela siempre a fibras muy íntimas", en la que su creador "se adentra en lo esotérico, lo religioso, lo mítico, como una puerta que comunica con su propia alma". Le conmovió también el hombre desubicado que añora regresar a un tiempo que no ha conocido. "Tenía la sensibilidad y la conciencia puestas en la Europa del siglo XI, en Egipto o en Cartago, que le fascina por su destrucción", resume el biógrafo, que define a Cirlot como "un alquimista del idioma" y destaca las "tensiones" a las que somete el lenguaje en sus textos, un afán de ruptura que alcanza en el ciclo Bronwyn su máxima expresión.

Bronwyn condensa la insólita personalidad poética de su autor: surge de la impresión que le causa la actriz Rosemary Forsyth en El señor de la guerra -no sería la primera vez que el cine le inspira: también escribiría el poema Susan Lenox tras ver a Greta Garbo en la película homónima- y retrata a una doncella celta que simboliza la dimensión más inaprensible del amor, su turbiedad más profunda, su vínculo con la muerte. La cábala, la composición musical -Schönberg sería una figura decisiva en la formación de Cirlot- o las literaturas germánica y céltica son algunas de las influencias que se advierten en Cirlot, que siempre estuvo reinventándose. "Si quiere usted ser poeta, busque sus propias técnicas", recomendó en una ocasión a un joven lector en una carta. "Hay muchas cosas por descubrir. Cientos de recursos: repetición de la misma palabra, destrucción de la sintaxis, escritura de un poema, recorte de sus trozos y recomposición en collage. A la larga, sólo puede causarle satisfacción espiritual profunda lo que descubra por sí mismo, avanzando de una técnica simple a otra más extraña, inéditamente. Sólo lo inédito vale".

Una convicción que Cirlot defendió asimismo en el campo de la crítica de arte, disciplina en la que fue un referente internacional y donde reivindicó la abstracción como "el camino para el siglo XX", apunta Rivero Taravillo. El barcelonés anticipó el relevante papel que jugaría su amigo Tàpies -"es el único genio que ha producido España si dejamos al margen a Picasso y Miró"- y se sintió próximo a la sensibilidad vanguardista del grupo Dau al Set, aunque Joan Brossa lo describiera con dureza: "Refiere que Cirlot -reconstruye Rivero Taravillo- siempre hablaba en castellano, que era fascista y que llevaba una esvástica en la solapa de la chaqueta".

Cirlot. Ser y no ser de un poeta único explora también la controvertida ideología de su protagonista, un enamorado de las armas y de la guerra, que abraza el surrealismo -con el que mantuvo no obstante una actitud ambigua- por huir de la realidad y la poesía social, pero "no era nazi", matiza su biógrafo, "aunque le interesaban los símbolos y ciertos estratos del inconsciente que el nazismo aprovechó para su causa".

En su condición de fenómeno aislado dentro de la poesía española, Cirlot encontró en Carlos Edmundo de Ory a una suerte de hermano, y la correspondencia que mantuvieron ha sido determinante para esta biografía. "Pero eran muy distintos, aunque tuviesen mucho que ver", valora Rivero Taravillo. "Ory era muy juguetón, mientras que Cirlot tenía los ojos puestos en el abismo. Uno es brillante, el otro es oscuro".

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