De libros

La razón y las vísceras

GÜNTER Grass perteneció a aquel Grupo 47 que, a imitación de la Generación del 98, quiso ilustrar y reformar una Alemania en ruinas. Unas ruinas que, como resulta obvio, no sólo concernían a la pavorosa destrucción que los aliados trajeron sobre el Reich (véase Sobre la historia natural de la destrucción de Sebald); sino a la ruina moral, al secuestro de la cordura, que había supuesto el triunfo del partido nazi al comenzar la década de los 30. Muchos años más tarde, en 2007, Grass relataría su pertenencia a las SS, cuando contaba 17 años de edad, ya en los amenes de la guerra. Y fue este pasaje de su vida, revelado con anterioridad en una entrevista, el que atraería sobre su figura una extraña polémica. Una polémica, si bien se mira, que quizá tuvo algo de expiación colectiva, por cuanto a través de Grass, a través de aquel episodio de su adolescencia, se expresó una congoja inexpresada de la Alemania reciente.

Dicha congoja, como es lógico, es la espinosa relación de los alemanes con la historia del XX. Günter Grass, en cualquier caso, no pretendía exculparse. Hizo algo más sencillo y más honesto: confesó la irremisible fascinación que el ideario nacionalista ejerció sobre su ánimo. El resto de su vida, como sabemos, lo dedicó a combatir -a desentrañar- ese poder hipnótico de las utopías, cuya implantación, cuyo desarrollo, ha venido acompañado, sin excepciones, de innumerables víctimas. Desde su temprano El tambor de hojalata, donde un niño omnisciente y desvalido, armado de su tambor, conjura los monstruos de la guerra, Grass no ha hecho sino señalar aquellos sucesos, y la urdimbre política y social sobre la que se alzó la fiebre homicida del III Reich. Quiere decirse, pues, que la ejecutoria de Grass, genuino hombre de cultura, ha sido ésta de domesticar los instintos, aplicando la horma de la razón, de la vieja Kultur germana, a la inmediata tiranía de las vísceras. Este equilibrio, o esta salvaguarda, Grass lo encontró políticamente en la socialdemocracia, y en cualquier caso, dentro de una acrisolada democracia burguesa. Por otra parte, aquella vuelta analítica sobre lo sucedido es la que le llevará a su ensayo Escribir después de Auschwitz, donde se retoma la estremecedora frase de Adorno, "escribir un poema después de Auschwitz es un acto de barbarie", para refutarlo en parte. Se puede -y se debe- escribir después de los campos de exterminio. No obstante, tras ese horror sin nombre, nada, absolutamente nada, nos dice Grass, podrá ser igual que en el pasado.

Junto con Lenz, Enzensberger, Böll, Walser, Celan y Richter, Grass ha sido uno de los grandes escritores del XX alemán. A ello se unió tardíamente su condición de estigmatizado. Cabe sospechar, sin embargo, que dicho estigma procede de su confesión explícita, y no de una frágil maniobra exculpatoria. Grass, sencillamente, aludió a las poderosas fuerzas que arrastran al hombre a la barbarie, sin aducir ignorancia y sin acudir a términos tales como la "locura colectiva", aún hoy en uso por algunos historiadores. Grass, repito, reconoció la oscuridad y se apartó de ella. Su obra es un compendio razonado de dicho abismo. Llegada la hora del escrutinio, pues, no podemos decir que Günter Grass haya obrado en vano. Buen viaje al maestro. Que sus dioses le acompañen. Que la tierra le sea leve.

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