Pablo García Casado. Escritor

"Hoy se es padre de una manera más doliente que en el pasado"

  • El autor cordobés regresa con 'García', un poemario en el que toma como símbolo su apellido para seguir ahondando en las vicisitudes de la gente corriente.

"Yo intento ser un padre ecuánime, un padre modestamente comprensivo. Pero más de una vez soy un Yahvé que cruza la línea de lo justo", escribe Pablo García Casado en Amor, uno de los poemas de su nuevo libro, García (Visor). El autor cordobés mantiene la palabra precisa y la mirada austera con las que observa el comportamiento humano desde aquella revelación de Las afueras, pero en las páginas de su última obra se intuye un estremecimiento íntimo, y se suceden, con la sutileza de un poeta que siempre ha situado su discurso lejos de lo evidente, las inquietudes de un hombre que ya conoce la paternidad y se pregunta por el mundo que dejará como legado, un mundo quizás más despiadado por culpa de la crisis. "Hemos empezado a devorarnos. A dentelladas, como peces hambrientos. Nadie trabaja por nadie, nadie trabaja ya para el equipo", lamenta en otro de los poemas del conjunto, Devoradores, un texto en el que deduce con amargura que "nos decimos que ya no somos los de antes, y es cierto. Porque estamos solos, ahora sí estamos solos".

-La paternidad está muy presente en el libro. Una paternidad retratada casi como un desvalimiento, con sus miedos y sus incertidumbres.

-El hecho de ser padre no es igual ahora que hace 15 o 20 años. No digo que el padre actual sea menos amoroso, pero sí es más doliente, más consciente del trámite de esa paternidad, que supone décadas y décadas de vida. Uno empieza a ser padre cuando no está preparado para serlo, y se va dando cuenta de todas las relaciones especulares que hay entre uno mismo, su padre y su hijo, ve cómo las fronteras de la identidad se empiezan a debilitar. No dejas de ser hijo de tus padres, pero al mismo tiempo, educando a un hijo, te replanteas las relaciones de poder, te das cuenta de que tienes que tomar decisiones o ser antipático a veces...

-Da la impresión de que en esta obra se muestra más que en libros anteriores. En los otros utilizaba personajes y ficciones, y aquí hay muchos pasajes en los que parece estar hablando de sí mismo.

-Soy un escritor que empezó por la disolución del sujeto, por esos parámetros posmodernos que nos llevaron a pensar la literatura de otra manera. Que no podía haber confesionalismos, que había que poner cierta distancia con la propia vida, que lo que ponías en marcha eran voces... Pero también la escritura tiene que ver con actitudes vitales, y llega un momento en el que para contar el mundo en el que vives necesitas coger elementos de tu biografía. Pero exactamente no es un discurso individual, no veo así García. Muchos padres pueden pensar y sentir lo mismo que yo, que el escritor que hace estos poemas.

-En un momento del poemario menciona a Antonio Resines, al que alude como el hombre normal. A usted le interesa eso, la gente corriente.

-Sí. La escritura que yo quiero hacer es muy de cara a cara, de sujeto a sujeto. Es la manera de encontrarnos, de poder comunicar emociones. Es uno de los retos de la escritura: contar y saber estar a la altura del hombre contemporáneo. Eso significa encontrarte como un ciudadano más, que es lo que dignifica la poesía civil. Yo quiero que mis poemas sean de uso diario, que cuando se entra en ellos no sea como si se entrara en un templo o en un reino áurico. Si no cuenta la vida no me interesa la literatura.

-En ese enfoque le ayuda llamarse García, un apellido común que es, dice, "la única certeza que dejaré a mis hijos".

-Es mi primer apellido, pero es también el apellido de un millón y medio de personas. Quizás sea un poco pretencioso, pero quería que el libro fuera testigo de todos los García. Quería una voz contemporánea y española. Me pongo en la piel de muchos padres, quería un planteamiento más general. Es el libro más personal, pero también del que más me cuesta hablar.

-Reivindica "ser español sin estridencias. Amar la lengua, no usarla como arma arrojadiza". Algo no muy frecuente en estos tiempos...

-Ese poema se titula E, como las matrículas de España. He pensado mucho sobre qué significa ser español en la actualidad. Y he llegado a la conclusión de que me interesa un término medio, no hay que darse golpes de pecho por serlo ni avergonzarse. No tengo por qué sacar ninguna bandera: yo le entrego a mi país mi trabajo diario, lo que yo pueda aportar a la lengua y a la literatura, y a cambio yo le pido que cuide a mis hijos, que cuando me ponga malo no me cobren como al de Breaking Bad, que mi padre tenga una pensión... Creo que las relaciones con nuestro país deberían ser más maduras. Si entendiéramos esa relación como un intercambio, sin tanto símbolo que lo que hace es separar más que unir, nos iría mejor.

-En García está la crisis como telón de fondo, pero usted ya anticipaba el panorama desolador de ahora en un libro de hace unos años, Dinero.

-Hay quien dijo que Dinero era un libro demasiado cafre, un poco exagerado, pero yo vivía esos años en Sevilla Este y ahí no se veía abundancia. Es cierto que ese optimismo patológico que vivimos era un espejismo, como también de alguna manera luego hemos pasado a cierto pesimismo patológico, aunque es complicado, porque ahora hay gente pasándolo muy mal. Tenemos que replantearnos las cosas. Pienso que, quizás, para mantener el estado del bienestar los que tienen más tendrían que pagar más.

-En su libro hay una reflexión sobre la política hoy y quienes la ejercen, pero no ha querido hacer leña del árbol caído. "No esperes un gesto amable: nadie compadece a un político", afirma.

-Una de las mejores películas de la historia es un retrato épico de un mafioso: un tipo que mataba, que hacía todo lo malo... Y en cierto modo el político no tiene quien le escriba. La mayoría de los políticos que me he cruzado en mi vida era gente trabajadora que tenía que cargar con el estigma de ser político. Es verdad que ha habido mucho golfo, pero en nuestras propias familias está ese primo que se queda con la herencia, y en la vida política también ocurre esto. Me parecía interesante esa idea del político como un personaje poco tratado.

-El poema más aterrador es el que se inspira en el caso Bretón. ¿Le costó mucho acercarse a una historia tan cruda?

-A mí es el poema que más me abruma cuando lo leo. Fue muy difícil escribirlo: en Córdoba, como en toda España, estábamos muy afectados con la historia. Hay dos maneras de escribir el poema, poniendo el acento en el malo y hacer una cosa de golpe de pecho, o, lo más escalofriante, mostrar la normalidad. De todo el caso Bretón lo que más me impresionaba era lo absolutamente cotidiano que podía ser el mal. Quise transcribir los hechos del juicio, como en el poema del caso Nóos, pero me parecía más impactante reconstruir el momento. Me producía mucho más espanto pensar en la normalidad de lo que ocurrió.

-El poema que cierra el libro es un homenaje a Cernuda y el desprecio que padeció en la Sevilla de su época. ¿Cree que ahora habría sufrido menos?

-Cernuda debió de ser una persona antipática, aunque el amigo Antonio Rivero Taravillo ofreció una visión mucho más amplia en su biografía. Hoy posiblemente sería mucho más feliz, porque Sevilla es una ciudad mucho más abierta que entonces. Yo disfruté mucho los años que viví allí.

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