Algeciras

La Piñera: 360€ al mes por un piso apuntalado

  • El estado de una buena parte de las viviendas del barrio, es de ruina. Están en un estado que impide que más de un centenar de familias puedan habitarlas.

Tiene poco de lugar paradisíaco, de la zona donde uno se iría a vivir si no tuviera más remedio, o de aquella parte de la ciudad que siempre sale en sus folletos turísticos ; ni tan siquiera es el lugar escogido por quienes piensan en futuros desarrollos de lugares más habitables, con calles cuidadas y equipamientos de última generación. La Piñera es un barrio donde vive gente, algo que, desde el primer vistazo, queda más que demostrado. Son personas que viven con menos de lo justo y que se enfrentan casi en solitario a situaciones que se escapan de lo que solos pueden hacer. Han pintados muros para que se vena de otra manera y armados de sacos de arena y cemento, con ayuda de familiares o amigos, tratan de hacer su barrio, su lugar donde pasan su vida, algo mucho más agradable o menos tenebroso. Buena parte de sus casas se están desplomando, literalmente. Son aquellas para las que no hubo dinero suficiente cuando alguien se tomó la molestia de arreglar lo que una mala construcción dejó entrever después de muchos años. No llegó para todos y aquellos que quedaron aparcados, muestran las heridas de unas viviendas compradas y pagadas con sudor y trabajo que hoy, víctimas de la aluminosis o de la oxidación de sus materiales, ven impotentes como el tiempo se las arrebata día a día. Dejaron de sentir desesperación y ni tan siquiera culpan a las instituciones. Quieren algo tan sencillo como regresar a un hogar digno.

Esperan varios al lado de la farmacia, cada uno con su tragedia encima. La primera visita a una de las viviendas sorprende con un trasiego de personas con sacos de arena adecentando el patio. En su entrada unos contadores y cables que, sólo de pensar que por ellos circula una corriente eléctrica, dan ganas de salir corriendo. Han estado aquí antes y no pueden entrar, sencillamente porque se les puede venir abajo. Trozos de techo en el suelo, paredes con grietas “que están más grandes desde que vine por última vez”, humedades que cubren de moho negro buena parte de la pared y recuerdos de cuando “tuve que sacar a mis hijos porque esto se venía abajo”. Mari Carmen enseña cada rincón de lo que un día quiso que fuese el hogar para los suyos y hoy apenas es la pesadilla que consume su vida. “Se llevaron trozos a Sevilla para ser analizados, pero hasta hoy no tenemos noticias de nada”. Ha tenido suerte en encontrar un sitio en las viviendas que se construyeron para realojarlos, pero el precio que paga por ellas, 236 euros al mes, le desequilibra cualquier presupuesto.

La fachada comienza a desafiar la ley de la gravedad. Las grietas se abren paso en las columnas de contención de todo el edificio y las tuberías de conducción del agua, asoman por una chapuza hecha a base de paletadas de cemento que se quedaron a medio hacer. A su lado la otra imagen, la de unos propietarios que sí se vieron beneficiados por los planes de rehabilitación para adecentar sus viviendas. El contraste es un ejemplo perfecto de lo que podría haber sido y desgraciadamente es una buena parte del barrio.

La siguiente está todavía peor. Su propietaria no está. Se llama Evelyn, pero su ausencia es plenamente explicable; sencillamente no hay nadie que viviría allí. Un aseo donde cuesta ver la bañera entre cascotes, no de escayola, sino del hormigón de la estructura; pesan lo suyo y es sencillo prever lo que a alguien le hubieran hecho en su cabeza de haberle pillado en casa. Las paredes han comenzado su proceso de saneamiento que se ha quedado a medias; no hay nada que hacer. El mortero que las mantiene unidas, está hecho de arena de playa que “incluso permite ver algunas conchas pequeñas” asegura una vecina. La crees porque un mínimo apoyo de la mano contra los ladrillos hace que estos se desmenucen literalmente. El equilibrio de las paredes es tan precario que cuesta pensar cómo se pueden mantener aún en pie. 

La cocina, el cuarto de baño y el salón compiten por quien tiene el mayor montón de escombros. “Este es el hotel de cinco estrellas; ahora vamos al de dos” señalan JuanJosé Fluxá y Leonardo Bernal representantes de las asociaciones de vecinos del barrio.

No mentían. El segundo piso derecha de la calle Mediterráneo 6, recibe con unas cintas de la Policía Local cruzadas en la puerta de entrada. “Tal vez os debíamos haber dejado un casco porque es muy peligroso. Yo hace varios meses que no entro” asegura María del Mar Martín. Dentro es imposible dar un solo paso sin tropezar con los puntales que, literalmente aún sostienen la vivienda de pie. El suelo desafía el equilibrio y permite apostar que la figura de un Sagrado Corazón frente a uno de ellos es la eterna confianza que aún permite poder entrar en su interior. El olor a humedad es tan fuerte como la sensación de soledad que transmite.

Aún así, lo peor no es el estado en el que se encuentra la vivienda. María del Mar tiene que pagar 360 al mes por la hipoteca de un piso en el que no puede vivir. Así de triste. Lo compró en 2006 cuando pretendió hacer de él el hogar de ella y sus dos hijos, cuando se separó. La burbuja inmobiliaria le estalló de frente y el piso, tasado en 110.000 euros, la mantendrá con deudas hasta el año 2036. Sobrecoge escuchar la resignada frialdad con la que lo cuenta, la misma con la que narra que el hormigón que vemos desde lo que fue su salón, es el suelo de la azotea del edificio y que entre los bloques de lo que queda de hormigón, cuando llueve se cuelan ríos de agua que han dejado su huella negra en la pared.

Aún peor es lo que pasa en el lado izquierdo de su edificio. Cuesta pensar (y mucho) que en viviendas que están en las mismas y malas condiciones aún viva gente. “Sencillamente, no tienen dónde ir. Yo he tenido más suerte. Ellos llevan así tres años”.

“La viga de carga se encuentra muy deteriorada con el consiguiente peligro de hundimiento del techo”. “Peligra la integridad de mi esposa, mis dos hijos y mi hija”. “Tengo la habitación de mi hijo con goteras”. “La azotea está agrietada y está lloviendo por todas las habitaciones”. “Se me ha derrumbado el techo de mi baño y me han desalojado la Policía y los Bomberos”. “Ante la llegada de las lluvias, temo que mi casa se derrumbe”. Son parte de las denuncias que entregan los vecinos con la esperanza de que alguien las lea y les haga caso. 

Los planes para rehabilitar parte de esas viviendas pasaron a la historia. Se terminaron los fondos y no llegaron para todos. Una breve visita al barrio donde, no se olvide, viven personas, sería motivo más que suficiente para que se dispusieran de recursos para una situación que no puede esperar. Reclaman algo tan sencillo a estas alturas, como poder vivir en su casa, con sus familias y con sus vecinos. No es tanto, o por lo menos no debe serlo. No se trata de un problema de distribución de competencias por parte de las administraciones, sino de que entre todos, se pongan soluciones a un asunto de dignidad. 

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