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Me quedé sin responder ayer, mi bruja favorita, tu socarrona pregunta sobre la Reina Bruja.

-No estoy dispuesta a aguantarte más zalamerías, con lo fácil que tendría convertirte en un sapo baboso, aunque a ti quizás te gustara más en asno, como le ocurrió al jovenzuelo Lucio, obsesionado con la magia, allá por el siglo II, en El asno de oro, de Apuleyo.

-No sé si, puesta en arte mágica, con el tiempo que llevas sin comerte un buen conjuro, acabaría yo hecho uno de esos ponis que dan casi tantas vueltas como tu tren.

-A ver, dime ya algo de la Reina Bruja, que tengo un asunto pendiente.

-Bruja disimulada, te veo las intenciones. Dije Reina Bruja porque en la peli -como dicen los actores, y las actrices, modernos- El último cazador de brujas así se llamaba tu malvada colega -aunque tú estarás pensando en otra cosa-.

-Qué va, no te confundas, es que Satanás anda de capa caída y no somos capaces de animarlo en el aquelarre, acaso porque nos tiene muy tratadas, y una Reina Bruja, como esa de la peli, podría alegrarle las pajarillas.

-Vamos, que si algún paparazzi caído del purgatorio no se conformase con el Diablo Cojuelo, sino que pretendiera al Príncipe Satanás, representado en su más demoniaca compostura, tú no dudarías en estorbar al fotógrafo para que el Diablo no apareciera deprimido.

-Cierto, así haría, pero no por bruja cómplice, sino para preservar la endiablada entidad de Satanás, ahora que este tiempo posmoderno desdibuja tanto a los héroes como a los villanos.

-Vaya tela, bruja de mis desvelos, cómo te has puesto de sesuda. Te lo tengo dicho, eres una bruja sabia y al mismo Satanás le harías más falta que una Reina Bruja.

-Si quieres, les hago la pascua a los cazadores del puntito y cuando el invitado de campanillas, en el momento propicio de su estancia en la caseta, trasegada ya la dosis necesaria, comience a desinhibirse y parecer otro, ahí que aparezco vestida de flamenca y extiendo la mantilla como si fuera una Verónica transmutada de un paso de misterio.

-Qué bruja eres, pero ahora no por sabia, sino por ocurrente; u ocurrente por sabia.

-A que voy a dejarme llevar por el guiño de tu consideración bienintencionada.

-Pues además te tengo, fíjate, por bruja "sobrecualificada", como esos jóvenes con másteres de verdad, y no de mentirijillas, que se marchan lejos o se buscan la vida con alguna faena de la Feria o del empleo que indirecta y temporalmente propicia.

-Será porque me ves dando escobazos en lugar de aplicada a conjuros distinguidos.

-Eso mismo, con lo que podría valer tu magia para hacer real la apariencia de los que disimulan concordia en la tregua de la Feria.

El tren de la bruja

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