Apocalipsis zombi

Preguntar al Gobierno qué piensa hacer ante un apocalipsis zombi es un despropósito sin sentido

Q UE la Administración mastodóntica tenga alguna pesada rémora burocrática no deja de ser algo consustancial o, quizás mejor, la razón de un prejuicio o de una generalización más bien desconsiderada. Que cuando se hacen preguntas a los órganos de la Administración se responda a veces con lo obvio, sin interpretar lo que se pide aclarar y remitiendo a lo que ya se conoce, es una treta característica: no dejar sin respuesta y a la vez no responder. La ambigüedad controlada es otro recurso, del mismo modo que apelar a la autonomía de las instancias concernidas para que estas puedan tomar una decisión y la contraria. Pero, aun así, tales disfunciones vienen a ser algo disculpables siempre que no menoscaben cuestiones mayores. Ahora bien, un senador contrariado por las que entiende como evasivas del Gobierno, al que reitera preguntas sobre la aplicación de la memoria histórica en distintos municipios, que parecen despachadas con un argumento repetido y general, ha decidido poner en un brete al ejecutivo reclamando información sobre las actuaciones que el Gobierno tiene previstas para afrontar la singular circunstancia de un apocalipsis zombi. Sabido es que el sintagma memoria histórica resulta un oxímoron, una oposición de significa-dos, dado que lo que de suyo es subjetivo por personal, como la memoria, prima hermana del recuerdo, casa mal con el rigor y la ortodoxia de la historia. Aunque no tan diáfana, otra contradicción afecta al apocalipsis zombi, entendido sea el primer término como fin del mundo y el segundo como una trastornada resurrección de los muertos, sometidos al dictado de quién sabe qué magia negra capaz de anular la voluntad. Luego flaco favor se hace a los finados con una doble desgracia: despertarlos del sueño de ultratumba sin que gocen con la resurrección de los variopintos caprichos de la propia voluntad; e incluso dando por buena una resurrección sojuzgada, que esta dure nada y menos porque el apocalipsis no es sino del fin del mundo de los muertos, de los vivos y de los zombis mediopensionistas. No sé si estas disquisiciones asistirán a quien haya de preparar la respuesta a la pregunta del senador rebotado por las contestaciones del Gobierno que no entran en materia. Pero esta ocurrencia para interpelar al ejecutivo quizás merezca no un oxímoron sino un pleonasmo, una redundancia innecesaria aunque expresiva: un despropósito sin sentido.

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