Acoso y acaso

De efectos inesperados y consecuencias contrarias se alimentan los desarreglos sociales

Situar las cosas en su justa medida no conlleva restarles alcance o incidencia. Del mismo modo que las actuaciones informativas y de prevención se adoptan con el propósito de evitar o paliar, mas no como estímulo o incitación. Sin embargo, de efectos inesperados y consecuencias contrarias se alimentan los desarreglos sociales. En el acoso escolar ocurre algo de esto toda vez que, ya por la alarma, por la denuncia pública, por el concurso de nuevas formas de llevarlo a término, cabe la inclinación a entender que se verifica cuando son otras las circunstancias o los hechos que acontecen. Efectivamente, un solo caso de acoso no atendido, sin atajar sus efectos, justifica la prevención extrema. Si bien, por comprensibles que sean las reacciones, acontecimientos extraordinarios, para nada representativos y acrecentados por intereses mediáticos, poco facilitan la necesidad de precisar qué conductas son las que, en cada caso, se producen y cuáles son las medidas más pertinentes o a propósito. Sabido es que sucesos de limitada incidencia pueden registrarse en mayor medida por el efecto bumerán de su inadecuada consideración. Sin olvidar que entre el dechado de virtudes y la cohorte de males de la condición humana está el aprovechar las oportunidades de la coyuntura para lograr lo que, de modo ordinario, tiene otros modos de resolverse: a modo de muestra, argumentar el acoso escolar, de manera genérica e imprecisa, para conseguir un cambio de centro. Si se piensa que está insinuándose una relajación ante el impacto del acoso, poco claro se habrá dicho y cuestión será de respetar las interpretaciones. Ya que en modo alguno ha de quitarse importancia a los efectos del acoso ni bajar la guardia cuando cualquier sospecha, por ligera que sea, aconseje aplicar la atención. Como tampoco parece de recibo adoptar respuestas simples a problemas complejos o invocar situaciones o remedios del tiempo pasado y no por ello mejor. Conviene entender, entonces, que el acoso escolar no es ajeno a un proceso de delegación y derivación social a la escuela. En el primer caso, delegación, si se le asignan cometidos cuando menos compartidos y de los que distintas instancias, incluida la familiar, no pueden hacer dejación. Y en el segundo, derivación, al subrayarse solo las respuestas educativas formales, con una desajustada estimación de la capacidad de la escuela para atenuar conflictos que requieren otras medidas e intervenciones. Bastante más que entender acoso por si acaso.

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