Historias de Algeciras

La medicina (LI)

  • La denuncia sobre la figura del médico José Gómez movió los cimientos de la aristocracia algecireña dada la importancia de las familias que suscribieron la queja colectiva

Volviendo al controvertido asunto, a caballo entre los dos siglos, de las denuncias sobre el médico José Gómez (La Medicina L, Europa Sur del 3 de diciembre de 2017), dada la repercusión social que el fondo de la cuestión generaba, creando un ineludible juicio paralelo, por lo que de seguro el caso sería objeto de comentarios más que recurrentes para los algecireños; ya fuera, por ejemplo, entre la distinguida clientela que acudía a la sastrería de Julio Alonso en la calle Cánovas del Castillo –estando el taller de las costureras en la calle General Castaños– o entre los también fieles miembros de las reuniones que se  conformaban en la confitería de Evaristo García, ubicado en la plaza de la Constitución (Alta), o en el café Eslava, propiedad de la familia Piñero, sito en El Calvario, esquina con calle Ancha. Independientemente al rápido juicio de la calle, el proceso administrativo abierto en su fase declarativa, seguía su curso.

Al mismo tiempo que ambos procesos estaban en curso -el social y el administrativo-, el galeno puesto en tela de juicio buscando el oportuno amparo jurídico, se puso en contacto con el popular y bien considerado abogado local Eladio Infante de Salas. El letrado D. Eladio Infante –poco tiempo después sería nombrado Juez Municipal– además de representar a diversas sociedades, también era apoderado de importantes familias de la época que tenían grandes intereses en nuestra ciudad; industrial, concejal y propietario, era dueño de una fábrica de cal denominada La Infanta, sita en la Villa Vieja, junto a la calle Los Barreros, teniendo su entrada principal por el camino –actual calle Rayos X, y antiguamente Cuatro Vientos–, al molino existente en la calle Recreo, hoy Alexander Henderson. Teniendo bufete abierto en el número 2 de la calle Sagasta (San Antonio). Mientras el conocido letrado, comenzaba a saber del caso, la rueda de declaraciones seguía su curso.

Tras prestar declaración D. José Alcoba, le sucedió ante la figura del instructor del expediente, el no menos popular, D. Francisco Pérez-Petinto y Costa: “De estos vecinos y de 22 años de edad, haciendo juramento según derecho, habiéndosele leído las instancias que obran en los folios 1, 2, 3 y 5 de este expediente, dijo que se afirma y ratifica en las instancias que se le han leído, las cuales están escritas y firmadas de su mano. Preguntado –prosigue la declaración–, para que diga las personas á quienes haya negado su asistencia facultativa el titular D. José Gómez, además de lo que expresa en segunda instancia, dijo que se habla públicamente hace tiempo de las faltas de asistencia del médico D. José Gómez, á los enfermos pobres, pero no puede expresar más que los que resultan en la instancia y lo que pasa á exponer, que habiendo sido atacada su madre Dña. Mercedes Costa, de cólera morbo […], fue llamado el médico de la casa D. José Gómez, el cual después de observarla manifestó que nada tenía sino mucho miedo; no obstante lo cual, le recetó una medicina que á las pocas horas y agravándose la enferma fue llamado el mencionado profesor, el cual puede decirse fue llevado á la fuerza á la casa, el cual inscribió en sus manifestaciones de que no tenía más que miedo; que por la noche y continuando la gravedad, en dos ó tres ocasiones al expresado Sr. Gómez, el cual se negó resueltamente á ir á la casa de la enferma, diciendo que ésta no tenía más que miedo, que no iba porque no le daba la gana, que no volvieran á incomodarlo, porque estaba acostado descansando; que á las seis y treinta de la mañana del siguiente día, enterado su abuelo D. José Costa Alarcón de la negativa del Sr. Gómez, fue en persona á buscarlo, y después de muchas reflexiones pudo conseguir que el profesor ofreciera ir á la casa, que así lo hizo después de las siete;  y reiterando sus anteriores manifestaciones de que la madre del que habla nada padecía,  y que si se moría sería de miedo; se retiró, que á las dos de aquella tarde consiguieron después de muchos esfuerzos, hiciese otra visita sin otro resultado el que insistir en su diagnóstico de que la enferma nada tenía que se moría de miedo; que á las tres menos cuarto falleció su madre, y cuando se mandó á casa de Gómez por la papeleta de defunción para el Juzgado Municipal, ya la tenía hecha expresando en ella, que había fallecido de cólera morbo asiático. Que lo declarado es la verdad á cargo de su juramento, se afirma y ratifica en esta declaración y firma […], de quién certifica. Fdo.: Rodríguez España (Alcalde). D. José Díaz y Ramírez (Secretario) y D. Francisco Pérez-Petinto (Declarante)”. El asunto de la denuncia sobre la figura del médico D. José Gómez, movió los cimientos de la aristocracia local algecireña, dada la importancia de las familias firmantes en la colectiva denuncia. El reseñado D. José Costa Alarcón, abuelo materno del denunciante D. Francisco Pérez-Petinto, era coronel retirado del arma de Infantería, y reputado cofrade de las tres hermandades que en aquella época tenían su sede canónica en el templo Mayor de la ciudad. Así mismo, era padre –además de la finada Dña. Mercedes–, del también médico D. Alberto Costa Martínez y abuelo del estudiante de medicina D. Pedro Pérez Petinto; existían dos nietos más: José y Narciso; el primero se encontraban en Canadá, y el segundo en Estados Unidos, concretamente en la ciudad de Savannah, estado de Georgia; sólo falta por nombrar a su nieto, el estudiante de la facultad de Derecho D. Manuel Pérez Petinto, quién sería en un futuro, además de Secretario del Ayuntamiento, un reconocido historiador local.

Sin olvidar otros apellidos de entre los denunciantes, también muy reconocidos socialmente en nuestra ciudad, como: Alcoba –muy relacionado con la institución municipal–, ó Sambucety, entre otros. Tras la contundente declaración última, ocupó el sillón del Sr. Pérez-Petinto, D. Francisco Domínguez Pacheco, manifestando: “Que el único motivo que tuvo para firmar la instancia que se la ha leído, fue el hecho siguiente: que cuando fue invadida del cólera Dña. Mercedes Costa, su hermana Dña. Ana llamó al declarante y le interesó que buscara al médico D. José Gómez para que fuera a ver la enferma que se había agravado, que así lo verificó y que habiendo encontrado á dicho facultativo y dándole el recado le contestó que si creían en la casa de aquella señora que él no tenía más enfermos que á la misma, y que entonces no podía ir. Que por lo demás el declarante no ha tenido relaciones con el Sr. Gómez, ni sabe que haya negado su asistencia médica á enfermos pobres”. Finalizando con la legal formalidad expuesta.A continuación de las palabras del último declarante, procedió a emitir su versión de los hechos, el también denunciante, D. Antonio Pedraja Castillo, quién manifestó: “Preguntado para que diga los casos en que D. José Gómez, haya negado su asistencia médica á enfermos, dijo que presenció cuando fueron á llamar al Sr. Gómez que se hallaba en la parte alta de Baltasar Ríos (se refiere a la panadería – y a la tertulia que se conformaba en su piso superior–, situada en la calle Cánovas del Castillo, propiedad de D. Baltasar Ríos Vera, casado con Dña. Ana Rodríguez), para que fuese á ver á Dña. Mercedes Costa (la cual vivía en el número 21 de la misma calle), que se había agravado en la invasión que sufría del cólera y se negó a verificarlo, que también sabe por haber oído de público que se negó a asistir á D. José Sambucetty Ottone, invadido también del cólera, Sin que sepa más de lo expresado”. Seguidamente, tras el joven Antonio Pedraja, acudió a declarar: “D. Justo Fernández Valentín [...] Preguntado, manifiesta los casos en los que D. José Gómez haya negado su asistencia médica á enfermos, dijo que presenció cuando en una de las veces en que fue llamado dicho facultativo para que asistiera a la Señora Dña. Mercedes Costa invadida por el cólera manifestó que tenía mucho que hacer y que no iba, cuya negativa tuvo lugar en la escalera de la casa de D. Emilio Cidrón. Que ha oído hablar de público de otros casos en que dicho profesor se ha negado á asistir á enfermos pero no puede expresar cuales son”.

Finalizando con la citada formula legal. El mencionado Emilio Cidrón, apellido con gran raigambre en nuestra ciudad, había tenido un antepasado matriculado en el Real Colegio de Cirugía fundado en Cádiz por Pedro Virgili, a finales del siglo XVIII, de nombre Antonio Cidrón Bernal. Los descendientes de aquel antiguo cirujano, en el momento de incoación del expediente al galeno José Gómez, disfrutaban de un negocio de hojalatería en la calle Colón, así como de una huerta junto al río de la Miel. A la persona de Justo Fernández, le siguió en el orden de declarar D. Manuel Quintero Gil, de 22 años, quién: “Dijo que se afirma y ratifica en la instancia que se le lee y que está firmada de su mano, debiendo advertir que así lo hizo á solicitud de D. Francisco Pérez Petinto, manifestándole que firmase aquella instancia que le presentó y que por ello á nadie pasaría perjuicio, pero que al declarante no consta, sino lo que de público á oído de haberse negado algunas veces D. José Gómez á asistir á algunos enfermos”. También da fin a su declaración con la forma legal al efecto. De seguro que al buen letrado D. Eladio Infante, defensor del cuestionado médico, la frase –aseverada mediante su ratificación–, del último declarante: “Debiendo advertir que así lo hizo á solicitud de D. Francisco Pérez Petinto, manifestándole que firmase aquella instancia que le presentó”, no pasaría inadvertida para estructurar –en la soledad de su despacho en el número 2 de la calle Sagasta o San Antonio–, la futura defensa de su cliente. Tras la versión de los hechos expuestos por el último declarante, pasó a prestar juramento D. Eduardo Bustillo Moreno: “Que es de estos vecinos y de 19 años de edad […], quién dijo, que la instancia que se le ha leído la firmó á solicitud de D. Francisco Pérez Petinto, el cual le aseguró que por eso no le vendría ningún perjuicio, pero que al declarante no le consta más que lo que de público ha oído de haberse negado D. José Gómez a prestar su asistencia médica á varios enfermos”. La forma legal da fin a su declaración. Esta segunda declaración, sigue la línea de la anterior, siendo menor la agresividad verbal hacia el galeno cuestionado. Un hermano del declarante llamado Juan, en un futuro ejercería como Regidor Síndico del Ayuntamiento algecireño.Tras el joven D. Eduardo Bustillo Moreno, le siguió D. José Moreno Sarmiento, quién expresó: “Preguntado sobre los casos en que D. José Gómez haya negado su asistencia médica á enfermos, dijo que cuando su madre fue invadida del cólera morbo mandó á un hermano para que buscara á D. José Gómez, y le pidiera su asistencia; que lo encontró en una casa que estaba almorzando y contestó que iría, pero pasadas dos horas sin haberse presentado fueron de nuevo á buscarlo y contestó su esposa que había salido, que pasadas otras dos horas y agravándose la enferma el declarante salió á buscar al mismo […], que tampoco estaba en su casa y al fin lo encontró en la calle Real (Cánovas del Castillo), próximo á la botica de García haciéndole saber la necesidad de su asistencia, le contestó que iría a ver a la madre del que habla luego que almorzara, á lo que le replicó el declarante si tenía la costumbre de almorzar dos veces, exigiéndole que le hablara con claridad si iba o no á ver á la enferma, a lo cual le contestó de mala manera, que no tenía derecho a meterse en sus operaciones y que iría á la casa; que á pesar de este último ofrecimiento, no fue el Sr. Gómez, y al siguiente día le mandó al practicante Sr. Meléndez, por lo cual y agravándose la enfermedad de su madre se vio obligado á llamar á otro facultativo. Que de público sabe que son muchísimos los casos en que el Sr. Gómez ha negado su asistencia médica á enfermos de todas clases”.  

En un futuro el declarante, abriría casa consignataria junto al que sería su socio Manuel Robles. De vueltas a la incoación del expediente, éste seguiría su marcha como así se recogerá en una futura entrega. Nada fácil se le presentaba al propietario, industrial y abogado Eladio Infante el caso, pero su buen hacer se pondría de manifiesto. Tiempo después, una vez finalizada la controversia, como propietario de la calera “La Infanta” don Eladio, tendría un importante papel en el desarrollo y urbanismo de la Villa Vieja; pero esa, es...otra historia.

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