historias de algeciras

Algecireños en la guerra de Cuba (XXV)

  • Los soldados de Algeciras siguen luchando a destajo en el frente de Ultramar, mientras aumentan las críticas sobre la excesiva presencia de la cultura inglesa en toda la comarca

En la plaza de la Constitución (Alta) vivia el cubano Trinidad Adriansens, casado con la algecireña María Soledad Duarte (1898).

En la plaza de la Constitución (Alta) vivia el cubano Trinidad Adriansens, casado con la algecireña María Soledad Duarte (1898).

Al mismo tiempo que los soldados algecireños seguían luchando en el frente de Ultramar, a pesar de la más que evidente derrota que se aproximaba, persiste en importantes foros de la comunicación nacional la crítica sobre la excesiva presencia de la cultura inglesa en nuestra ciudad –como se recogió en la pasada entrega–, bajo la injusta denominación de Algeciras inglesada.

No conforme con intentar desprestigiar a nuestra ciudad, los innobles foros también señalaron al resto de la comarca, cuyos hijos también lucharon valientemente en el conflicto de Ultramar, señalando la documentación observada: “Existe un sin número de niños […], como en Algeciras, que están sin bautizar ¿que consecuencias puede deducirse de este hecho […], no en el Campo de Gibraltar solamente, sino en toda España, para demostrar la influencia británica en estos pueblos?”. Prosiguiendo la documentación estudiada: “Cuánto se refiere a la construcción del Hotel inglés en Algeciras, hay muchísimo que decir […], hace dos años se expresaba que la compañía ferroviaria, obedeciendo a ¡altas inspiraciones internacionales! construía un edificio semi-fortaleza dónde en un momento dado pudiera hacer frente a la acción de nuestro elemento armado cuando el tiempo y las circunstancias lo aconsejaran”. Criticándose localmente de modo colectivo: “Esto es risible por cuanto el citado Hotel, a juicios técnicos, sólo constituye con fines lucrativos un adefesio arquitectónico, imposible de resistir la acción militar más rudimentaria; aunque en el porvenir pueda por la negligencia de nuestros gobernantes ser un obstáculo para las relaciones diplomáticas”. “Es innegable que la compañía constructora de dicho Hotel –continúa la documentación– ha arrendado en condiciones ventajosas para sus propietarios, algunas viviendas o casas próximas a la playa del Chorruelo, pero en esto puede verse hoy tendencias particulares de empresas deseosas de hacer, en lo posible conveniente, el servicio de tan manoseado Hotel, sin que por otra parte no dejemos de lamentar la variable situación en la que han quedado esos infelices pescadores, a pesar de que por esta Alcaldía se les ha facilitado terrenos á propósito para su modesta industria y habitación de sus familias”.

Un brote carlista se levanta en Cataluña, lo que hace que por unos días las preocupaciones del frente de Ultramar pasen a un segundo plano, y como no podía ser menos, en una zona como ésta, amenazada de posibles desembarcos enemigos: “El Gobierno Civil, está trabajando en averiguar si en Cádiz o su provincia, existen organismo o adeptos carlistas […], practicando la Guardia Civil y la policía la detención de algunos vecinos, incautándose de algunas actas, cartas y otros documentos relativos a la constitución de una junta provincial carlista”.

Sin duda, la noticia de la presencia carlista en nuestra provincia produciría una honda preocupación en las autoridades civiles y militares de la comarca, provocando la sospecha sobre un posible acuerdo con las autoridades estadounidenses representadas en la vecina colonia. Por ello se intensificaron las labores de vigilancia y control del tránsito por la comarca, viéndose afectados gravemente los trabajadores que diariamente marchaban a ganarse el sustento en Gibraltar, lo que provocó ciertos altercados: “Algunos carabineros y en particular uno apellidado Pavón, que presta su servicio en el muelle de madera, usando formas nada correctas, reconoce a todo el que pasa sin distinción de clases. Ni la corrección ni exquisito tacto […], sirven de norma a estos dependientes del Estado para proceder con corrección a los reconocimientos”.

Afortunadamente días después, las autoridades comprueban que el asunto de los carlistas en la provincia tan solo afectó a la zona de la capital y del municipio del Puerto de Santa María. En ambos casos, se produjeron diversas detenciones. Tras calmarse los ánimos por los controles, una nueva noticia provoca la inquietud de estos y de las autoridades militares de la comarca, por las repercusiones que pudieran tener sobre la defensa ante un posible ataque enemigo a la misma, apareciendo en la prensa de la colonia el siguiente suelto: “En caso de estallar una guerra […], la fortaleza no puede considerarse solo con respecto á sus habitantes, sino también con referencia á su posición e importancia como columna de apoyo del Imperio en general”.

Y eso era lo que principalmente preocupaba a las autoridades militares, la situación estratégica de Gibraltar en un momento tan delicado para la defensa de las costas del sur de la península. La situación empezó a agravarse aún más cuando un parlamentario británico manifestó: “Entre España y Francia existe no solo una perfecta inteligencia, sino planes combinados sino planes combinados de común acuerdo para herir los intereses británicos. El problema se reduce a los siguientes: o España se alía con Inglaterra, en cuyo caso el Peñón dejaría de estar amenazado por la parte española, o contrae compromisos con potencias hostiles á la Gran Bretaña”.

La clase política española, en palabras de sus voceros, parece no tener conciencia de la realidad en la que está sumergida tras el desastre de Ultramar respondiendo algunos de sus dirigentes: “La respuesta hispana y en este caso nuestra nación ó con sus propias fuerzas, ó con el auxilio de sus aliados pueden aniquilar facilísimamente cuantas naves se acojan al puerto de Gibraltar […], este ha sido precisamente el motivo de las alarmas del diputado inglés y el origen de su campaña para que Gibraltar sea una verdadera base de operaciones de guerra y no un cebo permanente para las agresiones de las potencias enemigas”. Para mayor preocupación española, a las alarmantes declaraciones del diputado británico, se unieron las de un reconocido almirante de la Royal Navy, quién se pronunció del modo siguiente: “El único modo de proteger eficazmente a Gibraltar por la parte del Oeste, sería la ocupación del territorio español que lo circunda con 30 o 40.000 hombres”.

Mientras estas cuestiones geo-estratégicas ocupaban las mentes de los dirigentes políticos nacionales, los vapores transportando a los soldados, ya sea para traerlos heridos o para llevarlos a primera línea de batalla, prosiguen en su frío derrotero; siendo uno de los pasajeros hacía el infierno de la guerra colonial, el algecireño José Luís Domínguez Sánchez, prometedor joven que por ser de humilde cuna no pudo abonar las 1.500 pesetas demandadas por el Estado –para esto sí había consenso–, para librarse de aquella triste experiencia. Afortunadamente regresaría sano y salvo, y aprobaría los exámenes para trabajar como ordenanza de la sucursal del Banco de España en Algeciras. Una vez que entrado el nuevo siglo se instaló esta institución, en el número 10 de la calle Sagasta (San Antonio), en el edificio conocido como Casa Grande, donde también se ubicaba la Comandancia de Ingenieros Militares; siendo los propietarios de aquel gran edificio: D. Antonio Cassinger Bonany que tenía su domicilio en la calle Canovas del Castillo, 4; y D. Antonio Lledó y Quesada, éste último residía en el número 8 de la calle General Castaños. Prosiguiendo con los acontecimientos indirectos provocados por la guerra, reseñar que también de la Isla de Cuba, marcharon presurosamente hacia la península junto a sus familias, los funcionarios que allí prestaban servicio, siendo uno de estos Eduardo Adriansens, que había nacido en la ciudad de Trinidad (Cuba), y que ejerció como funcionario perteneciente al Cuerpo Pericial de Aduanas en la isla. Había contraído matrimonio con la algecireña María Soledad Duarte Gómez; ambos se instalaron en nuestra ciudad por un corto espacio de tiempo, hasta que recibió nuevo destino, siendo trasladado a la ciudad de Melilla. Durante su estancia en Algeciras, junto a su esposa y una hermana soltera de ésta llamada Asunción, nombró como representante de la familia para la venta de una casa sita en el número 11 de la Plaza de la Constitución (Plaza Alta), a D. Juan Río de la Vega, quién ejercía como depositario del Excmo. Ayuntamiento de Algeciras, residiendo en el número 5 de la calle de Jerez (la que antes se llamó de la Palma, y hoy calle Ventura Morón).De regreso al clima bélico surgido de las declaraciones de los dirigentes británicos, y lo poco acertado del comentario oficioso de la diplomacia española, comentar que el asunto traspasó el sentido del honor –ya de por sí muy herido–, patrio. Desde los intelectuales tertulianos que se daban cita en los más renombrados cafés de la capital de España, hasta el más humilde lugar de encuentro de nuestra comarca, se comentaba el asunto: “Dice un político de altura, que si desembarcan 40.000 hombres en Lisboa, llegan impunemente a Gibraltar. Contestando un General de corazón y entendimiento que pueden que desembarquen pero que no se atreve á garantizar el número exacto de los que lleguen á su destino...”. El asunto genera no pocos editoriales patrióticos: “Puede que hasta a diario se prepare el regimiento que deba dar el primer aviso de ocupar Sierra Carbonera... Puede que los pocos españoles que guarden aquel Campo mueran como murieron los bravos del general Vara del Rey (muerto en campaña en Ultramar), tres escuálidos batallones de cazadores cubren el Campo español de Gibraltar...siendo su especial servicio el de auxilio á los carabineros y empleados de la Tabacalera...¿Y quién tiene de esto culpa? ¿Quienes son los culpables de que se regateen sin compasión los elementos que necesita España para su defensa?”. El desconocimiento, las baladronadas, los discursos demagógicos y huecos, nuevamente se ponen de manifiesto. Y prosiguen no reclamando una intervención diplomática de acuerdo al nuevo orden que va a ver la luz con el nuevo siglo, sino con la denuncia basada en un patrioterismo caduco: “Los regimientos ingleses de uniforme con sus músicas á la cabeza invaden á diario nuestro territorio […], con objeto de divertirse, correr zorras por los montes con grandes jaurías de perros, bailar y merendar en las praderas y bosques de la Almoraima... ¡Todo como en país conquistado ó como en casa propia!”. Y a todos estos, se suman los que no fueron a la guerra, los estrategas de salón exclamando: “Alguien está dispuesto alguna vez á que se levante ésta pobre Patria […], porque la sangre de los combatientes les ahogaría al correr á borbotones sobre los sagrados terruños de nuestra España. ¡Una vez deshonrada, pero jamás vencida!”. El clima se vuelve tenso, produciéndose demostraciones de cierta fuerza naval en la bahía: “Procedente de Cádiz llegó hasta la Bahía el crucero de guerra Lepanto, haciéndose días después nuevamente a la mar rumbo a Cartagena”.

Al mismo tiempo que se producen estos movimientos y que aquellas voces no dejan de añorar el pasado de un imperio que está diciendo adiós a marchas forzadas, en nuestra comarca se está expectante ante el futuro incierto que la situación política puede traer para los cientos de trabajadores que diariamente se trasladan a la colonia para ganarse el pan; estos, gracias a las ediciones en español de algunos periódicos gibraltareños, siguen muy de cerca las impresiones del gobierno británico: “Ayer se trató el tema de Gibraltar en la Cámara de los Comunes […], recogiéndose que España no ha hecho manifestaciones algunas respecto de Gibraltar y un primer lord ha declarado que el Gobierno británico no ha dirigido proposición alguna al de España al respeto de compra ó cesión de territorios”. Es decir todo quedó en la nada. Y mientras los patriotas de salón volvían a comentar la última faena de Morenito de Algeciras, olvidándose de sus belicosos planes. Pero aquí, en el sur olvidado, el joven jornalero Manuel Sánchez Trujillo, azada en mano –como todas las mañanas–, limpiaba al amanecer la pequeña acequia para aprovechar el derrame del río de la Miel, y regar la huerta de la Vega (Vega de la Cueva, situada junto a la recién estrenada estación del ferrocarril), donde su propietaria Dña. Ángela Borde Trola, le había dado trabajo de sol a sol, a cambio de un jornal. Poco podía imaginar aquel imberbe algecireño, que un papel escrito que él tendría que buscar a quién se lo leyera, en pocas semanas lo iba a trasladar al otro lado del mundo, más allá de su limitado universo –a poniente el Peñón del Fraile y a levante el de Gibraltar–, en un vapor que como a él había trasladado a cientos de jóvenes, la mayoría con billete solo de ida; pero él volvería. Y mientras, como describiera Antonio Machado: “Esa España inferior/ que ora y bosteza/ vieja y tahúr/ zaragatera y triste/ esa España inferior que ora y embiste/ cuando se digna usa la cabeza”, se resiste a desaparecer con la modernidad, haciendo ostensible su rancia presencia en el nuevo siglo. Pero esa es otra historia.

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