Historias de Algeciras

Algecireños en la Guerra de Cuba (XXII)

  • La llegada a Gibraltar de otro buque norteamericano volvió a sembrar el desasosiego en la zona, pero comenzaron unas obras para fortificar la costa que fueron una inyección económica

Soldados españoles en ultramar, en 1898.

Soldados españoles en ultramar, en 1898.

Los algecireños, tal y como se recogió en la pasada entrega, sentían verdadera admiración y orgullo hacia el héroe local Castro Somoza a pesar de desconocerse rasgos de su familia e infancia, aunque su expediente deja bien claro la cuna de su nacimiento, que junto a su inscripción registral probaban sobradamente su origen algecireño. Recordemos que el teniente Castro Somoza no fue el único héroe que Algeciras aportó al conflicto de Ultramar, anteriormente también fueron reconocidos con todos los honores los oficiales algecireños Alonso Vázquez y Saturio Gómez. Pero a diferencia de los dos últimos, el pueblo llano sentía una predilección especial hacia Castro Somoza, dado al parecer su origen de inclusero (como el héroe más popular de la contienda, el madrileño Eloy Gonzalo García, mas conocido por Cascorro), uniéndose en la admiración no solo su baja clase social, sino que además el héroe local añadía su pertenencia a los más humildes de entre los humildes, pues por no tener no tenía ni familia –al menos conocida–.

Por ello es que desde los jornaleros de la alfarería Zarza del Moro, situada junto al Cortijo El Rosario (hoy polígono del mismo nombre) hasta los clientes de paso de la venta del Bujeo, propiedad de Domingo Pérez Rodríguez, sin olvidar por ejemplo a los vecinos de los bulliciosos patios algecireños, como el del Peral (en el callejón de Jesús, hoy calle José Román), todos comentaban las andanzas y los azares del destino que hacía posible que un desdichado ingresado en la hijuela municipal, ubicada en la calle Correo Viejo, hoy Teniente Serra, pudiese alcanzar gracias a su valor los más altos reconocimientos militares.

Pero la guerra continuaba su marcha y al mismo tiempo que los vapores destinados a tal fin seguían trasladando a jóvenes reclutas, incluidos los algecireños, a aquel lejano frente, la maquinaria administrativa militar, utilizando como herramienta la restrictiva Ley de Reclutamiento aprobada ex profeso para satisfacer las necesidades de una guerra que había tenido su punto de partida años atrás y que había de complementarse con el frente abierto en el Pacífico, así como con el siempre presente asunto de Marruecos, seguía su marcha y procedimientos.

Pero volviendo a la amenaza de la guerra que se ceñía sobre estas costas, comentar la llegada hasta el puerto de Gibraltar de un nuevo buque norteamericano que volvió a sembrar el desasosiego entre los pobladores de la zona; nuevamente, y ante los ojos de los trabajadores españoles que estaban en sus habituales faenas en la roca, cientos de soldados yankees desembarcaban en la colonia, sin que estos pudieran saber su verdadero destino.

Los sistemas de información del gobierno militar rápidamente pasaron el parte de la posible amenaza que constituía la presencia del transporte de guerra, llamado Thomas: “Navío procedente de Nueva York, al mando de Mr. J. Scheller. Su porte es de 4.100 toneladas de registro, 2.800 caballos de fuerza, monta 4 cañones de tiro rápido y lo tripulan 187 individuos. Conduce a su bordo con destino a Manila (Filipinas), al 47º regimiento de voluntarios de los Estados Unidos, compuesto de 1.830 plazas, entre jefes, oficiales y clases de tropa”.

En relación con la posible intervención yankee en esta zona, comentar que por aquellos días coincidiendo con la presencia en aguas de la bahía del buque norteamericano reseñado (Thomas), o quizás motivado por su presencia, se puso en marcha la maquinaria administrativa militar para la siguiente subasta: “La Comisaría de Guerra de Algeciras anuncia segunda subasta para contratar la adquisición de los materiales necesarios para las obras de fortificación de este Campo”. Esta noticia, que si bien en un primer momento pudo crear cierto temor en la población ante el reconocimiento de la existencia de tan temible amenaza de invasión de la comarca, a tenor de la necesidad de fortificar militarmente la zona, también fue valorada como una oportunidad de trabajo para muchos oficios que en aquellos difíciles momentos se encontraban sin ocupación. Como por ejemplo para el vecino de Algeciras Epifanio Barragán Romero, maestro albañil que remodeló la posada del Carmen, situada en la calle Panadería, hoy Castelar, propiedad de Domingo López Casas; también para el albañil José Álvarez Michán, domiciliado en la calle Alameda, hoy Cayetano del Toro número 27; o para el carpintero Francisco Meléndez de Casas, con domicilio en calle Ramón Chíes, también llamada Camino de la Estación.

Sea como fuere, estos buenos profesionales algecireños, u otros, encontrarían en aquellos tiempos de tribulaciones una buena oportunidad de ganarse la vida.

Mientras el procedimiento administrativo seguía su curso para la concesión mediante subasta de las obras de fortificación de la zona, las operaciones de reclutamiento, en este caso relacionadas con las redenciones en metálico, también estaban sujetas a sus respectivos plazos legales de cumplimiento: “Edicto Municipal. Gobierno Militar del Campo de Gibraltar. Por orden telegráfica del Ministerio de la Guerra, se ha prorrogado hasta las tres de la tarde del día 30 del corriente, el plazo para la redención en metálico del servicio militar. Lo que se hace público por medio del presente para conocimiento de cuantas personas puedan interesarles. El Alcalde Manuel Pérez Santos”.

De regreso a la inyección económica que supuso para nuestra ciudad el comienzo de las obras de defensa en nuestras costas ante una posible intervención estadounidense, resaltar la rápida aprobación por parte del ayuntamiento algecireño de la concesión de licencia para la extracción de piedras de la cantera de Los Guijos; igual repercusión positiva causó el comienzo de las citadas obras en la cantera situada en la Dehesa de La Punta, dentro de la hacienda conocida como Viña de Morales –en la zona de Getares junto a la carretera al faro–, propiedad de la vecina de Málaga doña Carmen Pro y Custodio.

Otro gremio que se vio beneficiado con el inicio de tales obras, por la gran demanda de ladrillos, bóvedas y tejas, fue el de los alfareros locales. En aquel final del siglo XIX, la alfarería o alfaharería algecireña contaba con numerosos establecimientos de este tipo repartidos por los alrededores de la población. Por ejemplo, a poniente, se encontraba la denominada de Cordón, ubicada en la popular Viña D’agnino o Añino –entre la actual calle Fuente Nueva y Secano o Ruiz Zorrilla– propiedad de Manuel Cordón Rivas; otra de estas industrias sería la situada al sur de la ciudad, llamada de Cacao, ubicada en terrenos que posteriormente fueron adquiridos para las instalaciones del Hotel Reina María Cristina, propiedad de José Cacao Berner. Cercano al tejar de Cacao, se encontraba la alfarería o tejar denominado La Playa, ubicado en la conocida como Huerta del Carmen, junto a un pozo conocido con el nombre de Don Rodrigo, propiedad de los hermanos Juan, Manuel, Concepción y Balbina-Araceli Miranda Fuillerat.

Este tejar utilizaba el arroyo llamado El Chorro o Chorruelo, que daba nombre a la cercana playa. Estando al norte de la ciudad, junto al carril del Acebuchal, lindando con la carretera de Los Barrios, la anteriormente reseñada alfarería Zarza del Moro, propiedad de Ramona Muñoz Fernández, vecina de nuestra ciudad, que tenía su domicilio en la calle Imperial, hoy Alfonso XI, número 9. Si bien en esta breve reseña de la industria alfarera local, que sirvió para los planes defensivos del Ministerio de la Guerra, se ha hecho mención a sus propietarios, también se ha de nombrar a algunos de aquellos que con sus manos, hicieron posible la fabricación del material de barro necesario para tal fin. Valgan como ejemplos los siguientes alfareros locales: “Juan Ayud García, con domicilio en calle Munición número 40; José Pérez Reyes, sin domicilio conocido; José Paín Gallardo, con domicilio en calle Nueva o Matadero, hoy Tte. Farmacéutico Miranda; y por último, el alfarero y hojalatero local Ricardo Carretero Fuentes, quién prestó sus servicios a la patria, no fabricando con sus manos material de barro para las defensa de estas costas, sino portando un fusil en primera línea de batalla en Cuba, al ser trasladado a la isla para cumplir su servicio militar, como fue reseñado en una entrega anterior; afortunadamente para este algecireño y su familia, regresó con vida del conflicto y siguió ejerciendo como alfarero y hojalatero en nuestra ciudad.

Coincidente con la presencia de numerosas industrias alfareras al sur de la ciudad, en los alrededores de los terrenos que serian comprados en un corto futuro por The Algeciras-Gibraltar, Railway, para la construcción del Hotel Cristina, empieza a urbanizarse la zona de la Villa Vieja, con la numerosa presencia de humildes familias que trabajarían en esas pequeñas industrias, y cuya zona donde construirían sus viviendas, llevará por denominación el nada equivoco nombre de Los Barreros (alfareros).

Complementaria con la actividad alfarera, junto a la calle de los alfareros (barreros), comenzaría una industria con otro material tan necesario para la construcción en aquella época como era la cal, que dados los buenos resultados económicos de su producción, haría posible que emprendedores como el industrial y abogado Eladio Infantes, arriesgaran su patrimonio en la apertura de una fábrica –primeramente comenzó en el mismo lugar con un pequeño tejar–, bajo la denominación de La Infanta; piedra de toque para la urbanización de la parte de poniente de la Villa Vieja. Poco tiempo después, y dado que dinero llama a dinero, otro popular industrial local como Nicolás Marset Nogueroles –propietario de la Posada de la Luz, posteriormente conocida como San Antonio, ubicada en la Plaza Juan de Lima–, abriría una freiduría de pescado para la exportación en la misma zona.

Por aquellos tiempos aparece una información a nivel nacional, que observa como preocupante la cada vez mayor presencia anglosajona en nuestra ciudad, unida a la amenaza de intervención yankée en la comarca: “Se observa como al Coco a cualquier inglés que pise o se establezca en Algeciras […], que no peligra la integridad de ningún territorio ni se merma la soberanía, porque cuatro particulares súbditos ingleses, atraídos por la dulzura de un clima o por el lucro de cualquier industria, no instalada o desconocida de un país se establezcan exploten industrias o construyan hoteles ó muros de contención, y faciliten las faenas del comercio terrestre o marítimo […], ese grito de alarma -se critica desde nuestra ciudad, según la documentación consultada-, lo menos es inocente y cándido, sino es, como todo este vecindario ha creído la alarma patriótica de un despechado”. Detrás de esta “preocupación”, se encontraba la actividad inversora en nuestra ciudad de la empresa liderada por Alexander Henderson, y que trajo a este olvidado rincón en aquella última década del siglo, el ferrocarril, los vapores de comunicación con Gibraltar o planes de construcciones hoteleras, en definitiva: el progreso.

Pero volviendo a la primera línea del conflicto, los algecireños destinados en Ultramar, como el mencionado alfarero Ricardo Carretero, el hojalatero Fernando García Enrique o el soldado sin profesión definida Antonio Delgado León, junto con el resto de sus compañeros serían testigos de triste hechos históricos como los fueron las reiteradas arriadas de bandera: “A las doce del día debían hacerse la entrega a las autoridades americanas, y una bien entendida prudencia aconsejó adaptar medidas para evitar choques entre los soldados españoles y los hasta entonces apellidados insurrectos, herido el uno en su dignidad, en su vergüenza, en su orgullo, en su raza, y envalentonado el otro con su pretendido triunfo. Largas muy largas, se hacían las horas para las tropas que esperaban ser repatriadas”.

A todo esto, la política del ejecutivo español se encontraba a la deriva intentando infructuosamente controlar una situación, sobre todo internacionalmente, que hacía años estaba descontrolada; la situación parecía desbordar a la clase política española, obligando a recordar el pensamiento de un personaje Barojiano, que en la descripción del político español de la época, expresaba: “Están faltos de alturas de miras y de nobleza”. Desgraciadamente para nuestro país, ambas cualidades –y en no pocas ocasiones– se echarían en falta a lo largo de las siguientes décadas; pero esa es... otra historia.

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