En las noches cóncavas del verano comparecen metáforas y pistoleros y formas leves de la cautela. En la cóncava noche de azares y altares, el cine.

Para Cole Thornton (John Wayne), protagonista de El Dorado, la diferencia entre el pasado y el futuro es una bala. Una bala que, alojada en su cuerpo, activa una esfera semiótica en el singular y complejo distrito referencial que define el western. Mientras Thornton corre, pelea, piensa, bebe, sufre o gana, esa bala revela todo un sistema de conflictos entre tiempos y espacios, maneras de ser y de estar. La bala acondiciona un capítulo transicional en el que Thornton entenderá que algo ha cambiado y que él también debe cambiar. La bala, recibida en el marco de los nuevos problemas de reparto territorial en el Oeste, le indica la necesidad de abandonar su papel de pistolero itinerante y solitario, le señala el camino del asentamiento, la coordenada básica de un hogar, una compañera, la estabilidad y la sedentarización. Desposeído de su tradicional catálogo de atributos, le indica un código repertorial que conecta con las emergentes realidades de su tiempo y su geografía. La bala no lo mata pero lo convierte en otro. La bala es un calambre, una percusión despojadora, peligrosa y benéfica. Un punto de giro. Una advertencia.

Una bala señala al veterano pistolero que la supervivencia está en el repliegue, en aceptar que se ha quedado sin sitio, en vencer a la nostalgia y a la inercia y acoplarse a los nuevos paradigmas. En un trasvase modal que adquiere los sinuosos perfiles de una reinvención.

A esta disolución de arquetipos, a esta incorporación más o menos forzada o traumática a un sistema de coordenadas que rebate los antiguos valores, el western dedica algunas de sus más sugerentes historias. Muchas como El Dorado acaban en ese momento fronterizo en que el protagonista acepta la nueva coyuntura; otras como Sin perdón presentan un regreso a la acción desde el retiro. Quizá el gran tema del western sea la búsqueda desdoblada de una identidad: individual y colectiva (nacional, en último o en primer término). El hombre del Oeste, como apunta Robert Warshow, lucha, más allá de por su interés, por su supervivencia o por la justicia, "por definir lo que él es, y debe vivir en un mundo que le permita esa definición".

Esa bala junto a la espina dorsal de un Thornton en proceso de conversión (la que sufre el western como género, cabría apuntar, en el Hollywood de la época) insinúa o advierte que la naciente civilización lleva la violencia en su médula. El vector de la evolución desde el primitivismo es complejo y garantiza los más diversos sinsabores. Ahí está Trump.

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